lunes, 21 de julio de 2008

Capítulo 9. Lisboa- Cascais- Estoril – Lisboa.

1.

TENIENTE: ¿Cómo quedaría...? Bar Chic, eso suena a puticlub, y el Nice Bar también... ¿Cómo quedaría...?

REIF: Portugal.

TENIENTE: Eso.

Aunque las niñas querían que escribiera el diario conjunto yo no estaba por la labor. Probablemente hubiera ayudado a que este año, en que los ánimos estaban caldeados por distintas situaciones personales, no fuera el año de los cambios de planes y, sobre todo, de las discusiones estúpidas, forma de proyectar nuestras animadversiones contra nosotros mismos. Como por ejemplo, el dónde aparcar y si pagar pagamento o no cuando no había sitio sin pagamento. Sin embargo, en lo importante estábamos plenamente unidos, como contra unos catalanes chungos que alternaban el español y el catalán (suponemos que ese último idioma para hablar de nosotros) durante el desayuno, con una mala educación envidiable, por mucho que uno de ellos alardeara de lo contrario al arrastrar yo una silla cuando todavía no estaba despierto. “A mi me educaron así”. Concluimos que era en lo único en que estaba educado, e hicimos las paces entre nosotros mismos. El Vigilante de las Tostadas llegaba cuando nosotros ya nos íbamos, para alivio de la Teniente, y fuimos a echarnos mucha crema protectora para nuestro primer día de playa.

Cascais es una ciudad llena de chozas alucinantes y cierto aire señorial sesentero, con una ciudadela, al parecer, preciosa, que no pudimos visitar porque estaba de reforma, como todas las autopistas portuguesas. Al ir a cruzarla una guapa chica me habló en inglés, nuevamente. Yo vi un micrófono donde sólo había una petaca, y salí corriendo porque creía que era la tele. La guapa chica me tuvo que perseguir un poco, explicando en inglés que no me iba a hacer ninguna encuesta, que estaban rodando una película y que, por favor, no pasáramos por no se qué sitio. Todos los guiris hacían caso omiso, pero como yo ya había incumplido un par de veces la ley antitabaco, fui muy respetuoso, sobre todo porque eso de salir en cámaras ajenas lo llevo regular. Y en la mía propia casi que peor.

Hicimos muchas fotos de los chozos y empezamos a mantener el ph comenzando con la cerveza a hora prudente, aunque lo que la Teniente quería eran sardinhas. Intentamos por todos los medios hacer el camino a Estoril, adonde íbamos a tomar el sol, porque el que nos estaba cayendo encima no era suficiente para nosotros, a pesar de lo que decía mi nuca, al lado de la playa, pero sólo conseguimos llegar a la autopista. Como la Lugareña quería hacerlo de todas formas, una vez en Estoril se dirigió al sitio contrario a donde yo decía (cuando todos sabemos que soy el único que tiene algo de sentido de la orientación, que sólo me falla en ciudades imposibles, como Santiago), y volvimos a volver a Cascais, salimos de Estoril, y regresamos otra vez para aparcar en el Casino de Estoril, una nave industrial que en los cincuenta decían haber tenido mucho glamour.

La playa estaba llena de niñatos paticortos con gafas de aviador porque ya habían terminado los exámenes y no cabía un alfiler. Tras dudar entre meternos en el primer sitio que encontramos o mear en el puesto de la Cruz Roja, optamos por lo primero para descubrir un chiringo chic donde sonaba reggae, y allí quedamos atrapados hasta después de comer.

La Teniente había decidido comer sano para perder la barriga, aunque en el fondo sabía que la única forma era dejar de beber cerveza, y pidió una ensalada, mientras los demás seguíamos saltándonos la dieta comiendo hamburguesas y patatas fritas. Las consecuencias llegaron previsiblemente ya que la ensalada no previene la alcoholemia, como ya apostillé yo en mi famosa frase:

  • Deberías haber comido algo que se pegara al lomo. Todo el mundo sabe que la cerveza absorbe el alcohol.

El calor hacía estragos, y se nos habían quitado las ganas de playa, sobre todo porque esa noche queríamos salir, y sabíamos que, como nos enredáramos, nos quedábamos tirados en la cama, por lo que salimos de Estoril camino de la ducha y del Bairro Alto.


2.

TENIENTE (saliendo del bar Chueca): ¡Esto es un bar muy gay!


Nuestra inmersión en la noche lisboeta fue tardía, pero productiva. La frase de la noche seguro que no fue la que he colocado, aunque tenía su punto. El problema es que con la tajada que nos pillamos, todas las miles de perlas que íbamos soltando se me iban olvidando, y no he podido poner otra, pero todos los camareros estaban muy divertidos con nuestras lindezas. Sobre todo el sevillano dueño de Le Mauvais Garçons, que, además de estar encantado de conocerse (y con razón, ocupa el segundo lugar en mi ranking, después de los dos de Gijón), era el único que nos entendía. Allí acabamos cenando después de ir buscando bares que no fueran de guiris, para tomarnos una ensalada césar.

En el camino hacia allí quedó otro bar de portugueses en el que la Teniente, que seguía creyendo que la entendían cuando hablaba en español, sufrió las consecuencias de preguntarle si atendían fuera (literalmente) a un camarero con toda la pinta de creer que el complemento ideal es un puño americano. Todos, incluidos los lugareños que se sentaban a nuestro lado, nos reímos mucho cuando la Teniente insistió en que el camarero se llevara la carta, sin importar que nosotros estuviéramos en la terraza y él dentro poniéndome mi Guinness. Concluí que la cerveza negra era lo que me había afectado para emborracharme tanto como me emborraché esa noche. El resto de cerveza, los mojitos y los cubatas no influyeron en absoluto.

Había decidido que, dado que no me entendía con los portugueses, y que, cada vez que descubrían que era español, independientemente de que me estuvieran poniendo el desayuno, salía un camello a intentar venderme costo, iba a comenzar a hablar en inglés. De hecho averigüé que diciendo “No, thank you” con mi perfecto inglés de Lebrija, dejaban de intentar que entráramos en restaurantes de fados, cosa que no sucedía cuando decíamos “No, gracias”.

  • A partir de ahora te vamos a llamar Reif... o, ¿cómo es tu nombre en inglés?- preguntó la Teniente.

  • Ralph, creo – dije yo.

  • Pues me gusta más Reif. - concluyó la Teniente, consiguiendo que ya tuviera seudónimo para este diario.

Le mauvais garçons es, como casi todo en Lisboa, o en cualquier otra capital que quiera parecer moderna, un pequeño sitio multiusos. Se puede tomar una copa, ver una exposición de fotografía, tomar un café o cenar una ensalada césar moderna con pan horneado en vez de picatostes, pollo a la plancha en lugar de empanado, y a la que le habían enseñado el parmesano, que por muy rica que esté, no es lo mismo. Claro que para conservarse como el guapísimo camarero sevillano al que tendríamos que llamar para preguntar por todas las barbaridades que soltamos por nuestros lindos hocicos, yo tendría que hacer lo mismo. Así me va. Lo único que le faltaba, como pudimos comprobar en otros garitos, era ropa que comprar mientras bebías como un cosaco. Y un DJ o algo que hubiera impedido que me aprendiera el último disco de Michael Buble.

El Bairro Alto de Lisboa es una especie de mezcla entre Chueca y Malasaña, pero con calles más estrechas y muchas más cuestas. Está todo lleno de garitos que quieren parecer originales, gente que quiere parecer moderna y de día gastan gafas de aviador, y guiris en busca de la modernidad, todos ellos de inclinaciones sexuales dudosas como poco. La diferencia es que aquí la gente solo entra en los bares a pedir y está todo el mundo en la calle, o eso me pareció. Claro que con el pedal que llevaba ya cuando salí de la cena, tampoco me pude enterar de mucho, y tan solo servía para pedir más y más copas y más mojitos, el mejor de todos, si es que nos quedaba paladar para discernir, el que nos pusieron en el susodicho bar Chueca, al que entramos aunque fuera sólo para hacer patria.

La Teniente y yo, para rememorar épocas cubanas, subimos a un garito brasileño que sospechábamos era un puticlub, y que no tenía nada que envidiar a la discoteca que visitamos nuestro último día en La Habana, e interaccionamos con distintos portugueses, porque el alcohol ensalza la amistad y el hermanamiento entre los pueblos.

Tras dar muchas vueltas buscando garitos porque la Teniente se había convertido en King África y quería “Bailarrr”, sin encontrar lugar donde poder hacerlo rodeados de multitud y viendo que a la siguiente copa íbamos a echar las asaduras por la boca, como dirían en mi pueblo, nos fuimos a subir a gatas los cuatro pisos de nuestra residencia.


1 comentario:

El increible hombre menguante dijo...

El camarero sevillano es en realidad el dueño,......., a mi me pareció muy simpatico.

Estuve este verano alli, en Lisboa, Cascais, Sintra....; fué el viaje de mi vida, pero porque lo hice enamorado.

Este año voy a volver solo, a ver que me dice la ciudad?.

Un beso

P.D.: El Barrio Alto me pareció increible