sábado, 26 de julio de 2008

Capítulo 14. Porto- Braga- Porto.


TENIENTE: Yo creo que es por ahí.

LUGAREÑA: Ahí es donde dimos la vuelta antes.

TENIENTE: Pues yo creo... ah, no.

REIF: Menos mal que te habías aprendido el camino perfectamente.


Como dormíamos en sitios distintos, habíamos quedado para desayunar. Mis acompañantes no conocen aquello de los cinco minutos de cortesía, y tampoco parecen conocerme a mi, que me los tomo siempre. Por eso exactamente a la hora acodada me estaban llamando a la habitación.

Desayunamos en una pastería que habíamos visto el día anterior. La Teniente estaba contenta porque había conseguido poner una lavadora en el apartamento que tenían, y tuvimos que ir a tenderla antes de salir para Braga. El día se había levantado bochornoso, pero no podíamos imaginarnos lo que nos esperaba.

Entramos en Braga sin demasiados problemas, aunque para aparcar lo tuvimos bastante más complicado. Y salimos a un sol de justicia y un calor abrasador que nos acompañaría el resto del día. Vimos casas preciosas, una catedral que se podía visitar casi íntegra sin pagamento, y muchas banderas portuguesas por todas partes. Y nos fuimos a tomar el vermú a la cafetería Brasilia, del mismo estilo de establecimiento de época, que se caía a cachos, y a la Teniente le parecía encantadora. Paseamos al borde de la deshidratación, Biblia en mano, para que no se nos escapara nada, y volvimos a ver los mismos edificios que en todas las ciudades portuguesas, con los mismos azulejos y los mismos motivos. A mi me encantaron, pero bien es cierto que era más de lo mismo, y la Lugareña estaba bastante decepcionada, porque ella quería algo de Chillida o algo.

Como le estábamos haciendo caso a la Biblia, pretendí ir a comer a una tapería hispano-lusa que recomendaban, pero a la Teniente le parecía muy español, con lo que terminamos yendo a un restaurante de no se cuantos tenedores a comer solomillo con foie.

Tras una comida algo más que opípara, en vez de irnos a dormir la siesta, que era para lo que yo estaba, fuimos a buscar el Ayuntamiento, la plaza de Santa Bárbara que estaba llena de flores que no habían crecido, y un sitio de internet gratis, porque como sólo había cuarenta grados a la sombra, a mis niñas les parecía que era lo que había que hacer a las cuatro de la tarde, sobre todo dando más y más vueltas porque no lo encontrábamos. Pasé por una ferretería que estaba cerrada, por lo que no pude comprar el hacha que tenía pensado adquirir para terminar con la situación y que nos fuéramos al cyber que habíamos visto al mediodía. Me planteo ahora que era una cuestión de orgullo, pero por poco me las cargo, lo juro por Sid Vicious.

Encontramos el dichoso sitio de internet, cerrado porque estaban dando cursos, y terminamos en el otro. Todo ello para buscar ruta para la vuelta y no perdernos por las carreteras portuguesas, aunque yo creía que lo más sensato era buscar cómo entrar en Oporto sin morir en el intento. Y una vez logrado, fuimos a coger el coche para salir de Braga camino de Bom Jesus, un monasterio perdido en los montes, y que nos costó un poco encontrar, porque las señales son un poco sui generis. La Teniente decía haberse aprendido el camino pero, como bien demostró y los demás ya suponíamos, no era así.

Una vez llegamos allí, pedimos agua en un chiringo y nos sentamos en unos bancos a la sombra que miraban a Braga. Las niñas querían justificar la hora dando vueltas y fueron a ver momias dentro del monasterio, pero yo me puse a La Casa Azul el iPod para conseguir pensar que la vida era bonita y no cometer un asesinato.

Íbamos aterrados de vuelta a Oporto, pero entramos bastante mejor que la primera vez. El calor nos había matado, y sólo dimos para tomarnos unas cañas en la terraza de una tasca al lado del hotel, con el baño más asqueroso de todo Portugal y unos progres con chucho portugueses que son como los españoles. Aunque el chucho ataque a un ciego, ellos ni se inmutan.


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