REIF: Mirad, allí no hemos subido. ¿Habrá escaleras?
Pasados de rosca como estábamos y con un resacón que yo pocas veces había sufrido (lo que teniendo en cuenta que, como mínimo, tengo seis o siete al mes es mucho), el segundo día pleno en Lisboa no dio demasiado de si.
Las niñas fueron a desayunar, ya que pase lo que pase a las ocho de la mañana están despiertas, para encontrarse con un grupo de inglesas espectaculares y los Judíos Ortodoxos intentando ligar con ellas. Yo, que soy una persona normal, me levanté tras siete horas de sueño y fui a desayunar a una terraza mientras la Teniente volvía a la cama a dormir la resaca y la Lugareña iba a hacer fotos del elevador de Santa Justa que no le habíamos dejado hacer el día anterior. Más vendedores de gafas de sol me ofrecieron todo tipo de psicotrópicos mientras degustaba un sandwich mixto y mis acompañantes cumplían sus promesas.
La Teniente y yo queríamos ir de compras a distintos sitios que creíamos haber visto la tarde anterior, pero, no sabemos cómo, terminamos subiendo en un funicular, que era lo que la Lugareña había ido a hacer a Lisboa y yendo de visita por Alfama, el supuesto barrio típico, que es igual de bonito que el resto, pero exactamente igual, en todos los sentidos, incluyendo los modernos con gafas de aviador. Todo ello bajo un sol abrasador y rodeados de tiendas de chinos de dimensiones nunca vistas por ninguno de nosotros.
Terminamos comiendo en un cutre bar servidos por un camarero con unas piernas de dimensiones normales y donde, además de intentar mitigar la resaca con cerveza, tocó pelearse por lo que era un balde, para después ir a dormir la siesta, que es lo que hay que hacer cuando se está de resaca, sobre todo si hace calor.
Uno de los judíos ortodoxos, que no había conseguido ligar con las inglesas, había monopolizado internet durante toda la mañana, así que al volver y ver que no estaba, la Teniente se decidió a mirar el correo y ver si teníamos hotel en Oporto, donde habíamos intentado reservar porque llegábamos la noche de San Juan, cosa que jamás pudimos averiguar. Nosotros intentábamos dormir la resaca cuando ella, asada por el calor y los cuatro pisos de escaleras, llegaba abriendo y cerrando ventanas y poniendo y quitando el aire acondicionado con el fin de que nos despertáramos y no olvidáramos que existía.
A media siesta, mis acompañantes se fueron de compras. Yo, que ya empezaba a sufrir las incomodidades de llevar una maleta sensata, me quedé lavando ropa y organizando la maleta, pues cambiábamos de habitación al día siguiente, efecto de la postergación de nuestra marcha de Lisboa. Aunque la nueva era en la segunda planta, a mi me tocó bastante las bowlings, por mucho que la Teniente y la Lugareña estuvieran muy contentas porque íbamos a tener que subir menos escaleras.
Como la habitación nueva no era apartamento y no había frigorífico, cenamos esa noche en casa para acabar con las reservas que habíamos comprado para un mes dos días antes. Como las reservas también eran alcohólicas, terminamos de estar borrachos para no salir. Porque al día siguiente además nos íbamos a la praia.
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