jueves, 24 de julio de 2008

Capítulo 12. Lisboa- Aveiro – Porto.

1.

DEPENDIENTE: (en portugués) Sólo tenemos 44.

REIF: (en español) ¿Eso es una 44? Yo ahí no entro.

DEPENDIENTE: (en portugués) ¿Seguro?

REIF: (en español) Ya te digo.

DEPENDIENTE: (en portugués y con cara de no creérselo) ¿Quieres probártelo?

REIF:(en español) Ni de coña. Yo ahí como mucho puedo meter una pierna.


Nuestro grado de entendimiento era tal que de esta guisa íbamos despachando personal por el mundo. Y eso que yo seguía hablando en inglés, pero para poder expresar mi incredulidad, es un idioma que no me va bien.

Pudimos disfrutar de un tranquilo último desayuno incluido, lleno de paz y sosiego gracias a unos alemanes que debían estar queriendo comunicarse con sus madres en Munich. La mayoría de los habituales ya no estaban, quedando sólo las inglesas, que en realidad eran dos grupos bien definidos: unas inglesas arregladas como si fueran personas normales y unas eslovacas con pinta de putones polacos. El fin de semana les había sentado fatal y ya no era ni la sombra de lo que habían sido hacía dos días, pero hacían lo que podían por intentar desayunar sin vomitar en la mesa.

Como la recepcionista estaba liada porque todo el mundo se iba a la vez y queríamos salir pronto a pesar de ir a salir de compras, vimos una buena oportunidad para no tardar demasiado en esos menesteres no dejando la habitación hasta última hora.

Habíamos visto un par de tiendas donde las niñas comprar recuerdos, porque yo me negaba este año a ir cargado para los demás cuando casi no había podido llevar ropa para mi, pero aproveché para obtener el regalo de cumpleaños de mi madre, por mucho que no tuviera claro cómo ni cuándo se lo iba a dar. Me decidí también a comprar unos vaqueros y unas bermudas de una tienda carísima que no conocía, aunque luego me han dicho que hay una en Las Rozas Village, cosa que motivó la apasionante conversación del inicio de este episodio. No se si es que el dependiente fashion brasileño (aunque era paticorto como todos los portugueses) me vio cara de imbécil y quería que le comprara algo a toda costa, o es que me veía con buenos ojos, pero al final, tenía la 46, y me temo que lo que no quería era trabajar.


2.

TENIENTE: ¿Y el aire refinado holandés?

REIF: Pues como no sea que está lloviendo.


Salimos al encuentro con las nubes, que habían vuelto a cubrir el norte de Portugal y, creemos, las Cíes, a eso de la hora del vermú, que no tomamos, para desesperación mía, que ya iba sintiendo los efectos del alcoholismo.

Habíamos decidido (o eso creo) ir a Aveiro finalmente, pero sólo llegar, comer, dar una vuelta y salir pitando para Oporto, donde creíamos que teníamos habitación, por mucho que algo nos dijera que no era así.

En realidad digo que creo que lo decidimos porque yo no tuve nada que ver en esa decisión. Pero las niñas querían ver el cierto aire refinado holandés que decía la Biblia que tenía el pueblo en cuestión. Nos costó entrar en Aveiro lo mismo que en todo el resto de ciudades portuguesas, aunque menos que a Santiago, y fuimos buscando los canales, antiguas marismas, donde se había construido la ciudad.

Había fiesta por San Juan, y estaban todos los niños montándose en tirolinas. Por poco tengo que impedir a mis acompañantes que se pusieran en cola para subirse porque iban a dar mucha vergüenza ajena. No llegó la sangre al río, pero a punto estuvo, sobre todo porque por más que intentábamos buscar el aire refinado holandés, no lo encontrábamos por ningún sitio.

Aveiro es una ciudad bonita, donde por fin vimos portugueses que creímos guapos, aunque yo tengo mis dudas, lo mismo es que nos íbamos acostumbrando, que tiene unos cuantos canales en cuyas orillas podemos ver algunos edificios preciosos, con cierto parecido a las holandesas, en medio de edificios espantosos que no deberían haber estado allí nunca.

Por más que buscamos el aire refinado holandés no encontramos más que una brisilla de lo que podía haber sido, y nos volvimos a dar cuenta de lo bien que hacíamos no haciéndole caso a la Biblia. Por mucho que la ciudad fuese bonita, que no digo yo que no.


3.

REIF: ¿Es el puente o soy yo?


Si alguien creía que el único objeto político de mis iras iba a ser el Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Santiago de Compostela, o el Ministro de Fomento, o... ya me pierdo... El Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Oporto es muchísimo peor. Ciudad imposible si no se conoce, tardamos lo más grande en llegar al hotel donde creíamos que teníamos reservada habitación, por más que nos encontráramos a un amigo del dueño en el camino que nos dio indicaciones.

Resulta que la Inútil de Recepción no trabajaba los fines de semana y, como no lo hace, se habían dedicado a alquilar todas las habitaciones e ignorar nuestra reserva con lo que, una vez encontrado el sitio, nos encontramos en Oporto sin habitación, a media tarde, con la gente ya asando sardinhas y dándo martillazos al personal. No pensaba hacer chistes sobre nuestra búsqueda de morada, porque yo me agobié bastante, pero la Teniente se lo pasó muy bien, porque ella hasta las doce de la noche no se preocupa si no tiene sitio, y fuimos buscando y buscando y mirando habitaciones por todos los residenciales y hoteles medios, todos los que estaban medianamente bien completos menos el primero al que fuimos, donde yo quería coger habitación aunque fuera solo para pasar esa primera noche. Llegamos, dando muchas vueltas, a la Plaza de la República, según la Teniente, llena de residenciales que no estaban y otras que estaban completas, e hicimos el camino de vuelta para, tras mucho pensar, optar por coger las habitaciones que nos habían ofrecido en el primer hotel, en un residencial que acababa de reabrir el dueño, recién reformado, lo que hacía que el olor a pintura lo inundara todo. Para ello, además, como íbamos a estar tres noches, cambió de habitación a tres alemanes muy alemanes (es decir, que me pusieron) con pinta un poco de skins.

Una vez superada mi angustia, porque mis niñas estaban muy ilusionadas, nos compramos el martillo, nos arreglamos y nos fuimos a la calle.

La noche de San Juan en Oporto consiste en una especie de verbena de pueblo a lo bestia. Y a mi las fiestas de pueblo me encantan. Te compras un martillo de goma de esos que suenan, y te encaminas a los baritos y asociaciones y puestos en la calle a beber y comer sardinhas y unos bocadillos de carne especiada (cuyo nombre no recuerdo no se por qué, porque nos hartamos), mientras suena música típica y todos bailan y cantan. No se si influidos por el buenrollismo o por la cerveza o porque los había, empezamos a ver portugueses guapos.

A medianoche hay un espectáculo de fuegos artificiales a lo largo del Duero que nosotros, por recomendación de nuestra recepcionista, fuimos a ver a Villanova de Gaia, una supuesta ciudad frente a Oporto que, en realidad, forma parte de la ciudad. Allí dábamos martillazos y nos los daban a nosotros mientras bebíamos más y más cerveza, incluidos los alemanes desalojados, por más que yo intentara que no me vieran porque no tenía la culpa y no tenía por qué pagarla.

El espectáculo de fuegos artificiales se vio mermado por la lluvia, aunque era la primera vez que llovía en San Juan, según me informó la recepcionista mientras los dos intentábamos cumplir la ley antitabaco en la puerta del hostal mojándonos. Pero aun así, nos resultó estupendo. La Teniente era la única persona que iba con paraguas en todo Oporto, pero no se quería estropear el pelo.

Como mi sentido del peligro es un tanto peculiar, a los diez minutos de apagar todas las luces de Oporto toda la cerveza que me había bebido recorrió de pronto el camino hasta mi vejiga, y me tuve que ausentar para aliviarla. Y como todo estaba oscuro, busqué el callejón más negro posible seguido de un tío que había estado observándonos previamente. Sólo cuando salí de allí indemne y se lo conté a las niñas caí en la cuenta de que lo mejor que me habría podido pasar es que me violara, y con ese no me apetecía.

Pero eso fue lo de menos. Una vez terminados los fuegos, seguimos a la marea humana que se encaminaba a cruzar el puente de vuelta a Oporto. No entendimos muy bien por qué los mismos policías a los que antes daban martillazos ahora estaban muy serios e impedían el paso al puente, de forma que casi nos aplastan. No lo entendimos, hasta que estuvimos encima. Yo no iba lo suficientemente borracho como para tambalearme, pero en un momento determinado, comencé a hacerlo. Me preocupé hasta vi que todo el mundo estaba haciendo eses. Y es que la tradición marca que los grupos de amigos se pongan a dar saltos encima del puente haciendo que parezca el Dragon Kan. La Teniente se agarró a la gorra de mi camisa para no caerse, porque era mucho mejor que yo muriera asfixiado. A mi la experiencia me resultó muy divertida, por más que todo el mundo saliera pálido y con ganas de vomitar, y a punto estuve de cruzarlo de nuevo, pero mis niñas me retuvieron.

Temiendo que hicieran uso de la fuerza, nos dirigimos al primer bochinche (tascucha en acepción canaria, en el diccionario de la real academia no viene así) que encontramos porque mis acompañantes no querían correr el riesgo de que las violaran en ningún callejón y no se atrevieron a mear en la calle. Pedimos bocadillos y más cervezas antes incluso de que las niñas mearan porque todo el mundo iba allí a lo mismo y la portuguesa con bigote que lo regentaba nos obligó, tanto a eso como a que me sentara porque me llevaban la comida a la mesa. Ella si que me dio un poco de miedo, y obecedí.

El ambiente era genial, y yo me quería quedar, pero era el único. Preocupaciones externas tenían a la Lugareña ensimismada, y la Teniente estaba de muy buen humor, pero exhausta de tanto mirar habitaciones, por lo que nos encaminamos a la pensión cuando ya estábamos suficientemente borrachos. En el camino iban a estar las mismas verbenas donde habíamos tomado algo en la bajada al río, por lo que mantenía la esperanza de que haríamos paradas en medio. Pero esa expectativa murió cuando comenzamos a subir las infernales escaleras que llevaban a la parte alta de la ciudad mientras nos daban martillazos, lo que logró quitarme totalmente las ganas de fiesta, pero que mis gemelos al día siguiente tuvieran un tono que ni aun cuando iba al gimnasio habían poseído.


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