miércoles, 9 de julio de 2008

Capítulo 1. Las Palmas de Gran Canaria – Santander.

1.

TENIENTE: ¿Quién es Thelma y quién es Louise?

REIF: Depende de quién se folle a Brad Pitt.


Las esperas en los aeropuertos pueden dar más o menos de sí. Depende del aeropuerto, de las horas del día, del tiempo del que se disponga, y de las ganas que se tengan de relacionarse o analizar las interrelaciones que se producen con o entre cada una de las personas con las que el que espera se va cruzando.

El aeropuerto de Gran Canaria el jueves por la tarde no da para nada. Nunca me pareció un aeropuerto especialmente entretenido. De vez en cuanto uno se topa con algún espécimen reseñable (en cualquiera que sea el sentido), pero no se ve el mismo movimiento que en Barajas, por ejemplo. Y no lo digo por el volumen de gente, sino por los comportamientos de la gente. Pero en Gran Canaria debe ser que todo el mundo llega al aeropuerto medio de resaca y bien follados, y hay pocas opciones de distraerse en general. Y si está casi sin actividad, como es el caso del día que nos ocupa, peor.

También es cierto que yo suelo llegar al aeropuerto con el tiempo justo para facturar, comprar tabaco en el Duty Free y embarcar, con lo que no suelo observar demasiado. Solo que este día iba directamente desde el trabajo y llegué con muchísima antelación. Mala opción. Aunque gracias al iPod siempre las esperas son más agradables, me hubiera encantado ver movimiento. Sobre todo para tener más cosas que contar aquí. No hubo suerte... o casi.

Tras comprar tabaco y comer uno de esos bocadillos mal hechos que venden a precio de oro en todos los aeropuertos del mundo, me encaminé a la realización de mi actividad fundamental durante las esperas: fumar.

El aeropuerto de Gran Canaria cuenta con una estupenda zona de fumadores, una terraza en la planta alta que mira a la zona de aterrizaje, y donde, además de no poder entablar una conversación a riesgo de quedar sin cuerdas vocales, todos los guiris se empeñan en terminar de castigar su agredida piel a base de tabaco (ya lo pone en las cajetillas) y un último baño de sol. Cuenta además esa terraza con un bar donde se me antojó tomar un café.

En el momento en que llegué a pedirlo, un adorable anciano perteneciente, sin duda, a la Falange, marchó de la barra, momento en que la camarera que lo atendía aprovechó para contarme todo lo que el simpático pellejo había soltado por su boca. Al parecer, el encantador vejestorio profesaba tal amor por su señora esposa que había solicitado para ella una cerveza “a ver si se atraganta”. Tras hacer gala de una exquisita misoginia, la camarera intentó hacer de mediadora sin éxito aparente. Como la situación era crónica, la camarera y yo decidimos que llamar a los dispositivos de violencia de género quizá era demasiado, así que, como estábamos aburridos, aprovechamos para contarnos nuestra vida, ella me presentó a su jefe, y yo terminé despidiéndome para fumarme el cigarro de antes de volar.

Air Nostrum, esa línea regional de Iberia donde te dan comida de gratis, es la que vuela a Santander. Como era hora de la merienda, sólo ofrecieron zumos. A mi las chapatitas de tortilla que dan me encantan, pero no pudo ser. Aproveché para dormir lo que el hacer la maleta no me había dejado la noche anterior y llegué a Santander a la hora de la cerveza.


2.

REIF: Si meo en la calle, ¿pasará algo?

TENIENTE: No creo.

REIF: A mi es que en las ciudades extranjeras, me da cosa.


La Teniente me esperaba en el aeropuerto. Había cambiado de corte de pelo y yo casi no la conozco. Entre mi escasa vista y su aún peor oído comenzaban unos problemas de comunicación que se repetirían posteriormente durante el resto de vacaciones.

La Teniente se sorprendió cuando vio mi maleta, mucho más sensata de lo que hasta yo me hubiese esperado. Todo ello me había costado el día anterior cuatro horas de durísima planificación, teniendo que seleccionar y dejar de lado, con todo el dolor de mi corazón, muchísima ropa que no me iba a poner, pero que siempre está bien para llevar sobrepeso.

Además de los problemas de comunicación en nuestras conversaciones habituales, inauguramos una innumerable retahíla de problemas de decisión y orientación, empezando por dudas sobre donde estaba aparcado el coche, y dando más vueltas de las necesarias a la hora de entrar en Santander por un camino previamente conocido.

El tiempo estaba haciendo de las suyas por el norte, y había llovido. Además el hostal que habíamos reservado se hallaba en una calle en obras, motivo por el que nos planteamos presentarnos en el próximo Paris-Dakar en la categorías de maleta al haber cogido experiencia.

Nos hospedamos en el Hostal San Glorio, un agradable lugar que cuenta con todas las facilidades para que los minusválidos no puedan hacerlo, tanto físicas (escaleras, badenes...) como psíquicas (dado el intrincado laberinto existente para llegar a las habitaciones), cosa que hacía que la clientela fuera algo más exclusiva.

Tras asearnos y preguntarle a la chica de recepción por zona de pinchos fuimos a iniciarnos, también, en el periplo cervecero que hace que mi hígado esté en estos momentos al borde del colapso, para lo que incluso hicimos caso a la amable recepcionista.

Santander es una ciudad preciosa donde las mujeres salen los jueves por la noche como si fueran de boda, y los hombres como si se acabaran de mudar de Canarias, exhibiendo morenos y mangas cortas a pesar de caer el diluvio universal, cosa que en cualquier otra parte del mundo sería impensable. Pero hay gente muy guapa y estilosa, todo hay que decirlo, por más que se echara de menos alguien con más estética antisistema.

El turismo borrachil, ese que se centra en observar/admirar/acosar cualquier tipo de monumento, acabo pronto por dos motivos fundamentales: el cansancio, y la huelga de camioneros, gracias a la que en el Floridita no había mojitos porque se les había acabado la materia prima. Tras unas caipiriñas y la aparición de unos quinquis que no pegaban ni con cola, decidimos marcharnos a descansar para lo que nos esperaba, sin saber que no serviría de mucho.


2 comentarios:

sangreybesos dijo...

Desde luego, la opción más sensata es siempre llegar a cualquier sitio a la hora de las cervezas.

Groupiedej dijo...

Ya te digo. Aunque yo también soy experto en convertir cualquier hora del día en la hora de la cerveza.