domingo, 13 de julio de 2008

Capítulo 4 (III). Santiago de Compotela – Vianna do Castelo.

5.

TENIENTE: Si, si me entienden

LUGAREÑA: Seguro.


En Vianna también llovía. Fuimos a un par de sitios que venían en la Biblia y no abrían hasta más tarde, con lo que optamos por tomarnos algo mientras hacíamos turismo.

Nuestra forma de hacer turismo no sirve para cualquiera. Mientras la Teniente se entretiene mirando habitaciones de hotel y precios de caldos verdes, la Lugareña pretende enterarse de todos los datos históricos, y yo abogo por ver lo que me encuentro entre bar y bar, mucho mejor si estoy sentado en una terraza y lo que haya que ver lo tengo enfrente. El resultado es que lo hacemos todo a la vez y, salvo honrosas excepciones, resulta muy satisfactorio, pero agotador.

Como no habíamos hecho otra cosa que beber y ver cosas por la calle, la Teniente reclamó su derecho al disfrute y fuimos recorriendo uno tras otro todo aquel sitio donde se pudiera hacer noche. A pesar de la lluvia la mayoría de los sitios estaban completos, o eso creímos, porque nos dio por hablar en español e interpretar lo que nos decían en portugués, que era lo mismo que hacían ellos con nosotros, aunque la Teniente estaba convencida de que la entendían cuando decía “Oiga, ¿se cobra?”.

Acabamos cogiendo habitación en la Residencia Vianna Mar, con la misma decoración sesentera que el resto de sitios, pero “suite” de dos habitaciones, donde yo ocuparía la individual debido, me temo, a lo que mi amiga Martita considera un leve ronroneo adormecedor, pero que para el resto de la humanidad son ronquidos.

A pesar de que Vianna es un importante centro turístico en verano, no había demasiada animación, tal vez debido al partido de Portugal, tal vez porque al día siguiente la gente trabajaba, tal vez porque el horario es el mismo que en el resto de la península pero con una hora menos... No conseguimos averiguarlo.

Cenamos en un coqueto y recargadísimo restaurante para guiris donde la Teniente empezó a hacer su lista de caldos verdes, como la de los mojitos del año pasado. La Lugareña se encontraba un poco enferma y se dejó gran parte de su bacalhau. Hasta yo, que tenía conciencia de mi funcionamiento último como saco sin fondo a la hora de comer, tuve que dejar parte del cabrito. El camarero, un señor que hacía diez años tendría que haber estado jubilado, y que intentaba hacerse el gracioso en portugués, sin que entendiéramos nada y sin conseguir resultarlo, se enfadó con nosotros por no comernos todo el plato.

Tras un larguísimo paseo donde estuvimos a punto de meternos en el Bingo y comprobamos que los chinos se van a hacer los amos del mundo a base de abarroterías, nos fuimos a descansar cara a preparar nuestra triunfal entrada al día siguiente en Oporto.


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