sábado, 12 de julio de 2008

Capítulo 4 (II). Santiago de Compostela – Oporto.

2.

TENIENTE: ¿Tienes interés en ver la catedral por dentro?

REIF: Ninguno, ya me inventaré alguna excusa.

TENIENTE: Pues vamos a tomarnos el vermú.


-Todo esto es muy folclórico. Lo que me da rabia es que la gente se emociona con estas cosas- expresó la Teniente a voz en grito en medio de la Plaza del Obradoiro.

Los peregrinos hicieron oídos sordos, nunca mejor dicho, porque ya sabemos que tienen todos muy buenas intenciones, aunque escaso sentido de la estética y algunos aún menos sentido común, atreviéndose a moverse por el mundo sin UVI móvil ni nada a pesar de que solo hay que verles las caras para darse cuenta de que se encuentran al borde de la muerte.

Efectivamente, y aunque la Teniente comenzaba a amenazar con dejar temporalmente de beber, el vermú (llámese albariño) nos sentó estupendamente aunque fuera media hora después de terminar de desayunar. Como empezábamos a tener hambre, y había que esperar a la Lugareña, que llegaba al aeropuerto a la hora de comer, terminamos yendo a coger las maletas y el coche para salir con tiempo para el aeropuerto, no fuera a ser que no llegáramos para la cena.


3.

REIF: Lo que tenemos que evitar a toda costa es meternos en Santiago.

LUGAREÑA: ¿Por qué?

REIF: Porque corremos el riesgo de no poder salir.


Debe ser que no sólo todas las calles de la ciudad llegan a la Rua San Pedro, sino que todas las circunvalaciones de Santiago llegan por allí también. Huimos como locos de las indicaciones de centro ciudade, y, tras unas cuantas vueltas, comenzamos a ver carteles con indicaciones del aeropuerto, que, sin embargo, aparecían y desaparecían como el Guadiana mientras aumentaba nuestro desasosiego. Ya una vez en el aeropuerto dimos también unas cuantas vueltas porque la Teniente quería aparcar de gratis, aunque fuera con la policía poniendo multas enfrente.

Llegamos a la puerta de salida al mismo tiempo que el pasaje completo del avión donde venía la Lugareña. Mientras esperaba su maleta, nos llamó para que la saludáramos desde el otro lado de la puerta.

-Como se ponga a llorar, la dejo tirada en una gasolinera, ya se lo he advertido- dije yo, sospechando el origen tiroideo de tanta afectividad.

Encantada de que la hubiéramos saludado por la puerta, la Lugareña demostró nuevamente lo bien que se le da el Tetris con las maletas aun viniendo directamente de las fiestas de su pueblo, e iniciamos búsqueda de algún sitio para comer huyendo de cualquier indicación hacia Santiago de Compostela.


4.

LUGAREÑA: Ya os advertí que conmigo va a ser imposible que haga buen tiempo para ir a las Cíes.

TENIENTE: Cuando subamos seguro que hace bueno.


Los pastos verdes dan muy buena carne, y estoy hablando ahora de las terneras. Las uvas también salen bien, como atestigua el albariño que nos tomamos comiendo.

Durante la comida informamos a la Lugareña del cambio de planes respecto a las Cíes y de que iríamos directamente a Oporto, cosa que, no sabemos si influida por el alcohol o contenta por el saludo del aeropuerto, se tomó muy bien.

Como íbamos a un país extranjero y no queríamos hacer más ricos a sus banqueros (ni a los de este país nuestro tampoco) nos dedicamos a buscar cajeros bajo la lluvia en Iria Flavia y a cargar gasolina , que en Portugal es mucho más cara, en Pontevedra, donde a pesar del microclima estaba lloviendo igual que en todo el resto de Galicia. Y, como dios, vimos que habíamos hecho bien.

Pero una vez inaugurados los cambios, estábamos animados, y la Teniente y yo sólo habíamos dormido en tres hoteles distintos en tres noches, por lo que se nos ocurrió, planificando lo que no habíamos planificado previamente, hacer noche en Viana do Castelo. La culpa la tuvo el albariño.


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