lunes, 28 de julio de 2008

Capítulo 16. El Escorial – Madrid – El Escorial?

1.

REIF: Ese no nos ha preguntado porque ha visto que no somos de aquí. Habrá dicho ese es inglés y esa italiana.

TENIENTE: A la Lugareña le ven pinta de cejorra y por eso creían que era portuguesa.

REIF:Y el año pasado habanera. Si ya he dicho yo que le iba muy bien lo de la Oriunda.


Gran parte de las conversaciones de nuestro viaje versaron sobre nuestro diario, ese que no hice, y sobre la redacción de este otro, sobre el que tuve la mala idea de dar pistas, lo que sirvió para que le tuviera que cambiar el seudónimo original a la Lugareña, porque el que tenía ideado para ella no le gustaba, es vecina mía, y dependo de ella para ir a Ikea. Y porque me quedaba en su casa en El Escorial.

Nos levantamos a hora decente para hacer lo que habíamos planeado el día anterior. Dado que estábamos al lado de Madrid, y mientras la Lugareña se dedicaba a arreglar sus cosas, la Teniente y yo habíamos quedado el día anterior con algunos amigos en Madrid, lo que a mi me servía como excusa para ir de compras a la Fnac y a Quicksilver a buscar una mochila para lo que adquiriera allí.

La Teniente tiene pánico a entrar con el coche en todas las ciudades, y Madrid la aterra especialmente, por lo que nos fuimos en guagua. Ya nos había advertido la Lugareña que el trayecto, vía Galapagar, tenía muchas curvas. La Teniente le tiene pánico porque se marea y fue cambiándose de asiento durante todo el trayecto hasta llegar a la primera fila. Yo me quedé en el primer cambio. Al bajar en Moncloa, sin embargo, la Teniente estaba encantada porque no se había mareado nada a pesar de haber hecho todos los esfuerzos del mundo para conseguirlo. Allí se separarían nuestros caminos... temporalmente.


2.

REIF: Yo el año que viene tenía prometido a la Teniente ir a Brasil, pero después de lo de este año, me voy quince días a las Alpujarras a una casa para no moverme de allí y cultivar papas o lo que sea que se cultive en las Alpujarras.

I.: Pues a mi me encantaría volver. Hay un sitio en medio de un desierto donde te ponen caipiriñas.

REIF: Pues vámonos a Brasil.


Madrid a mi siempre me sigue pareciendo igual. Una ciudad fantástica para estar cuatro días, ir de compras, pasear mientras todo el mundo corre, y darte cuenta de que todos los modernos son iguales. Es la misma ciudad caótica, mal planificada y agresiva de siempre. Esa ciudad cuyos habitantes se cabrean mucho cuando digo estas cosas. Pero es así. A mi me estresa mucho en general, esa especie de prisa para todo, ese sentirse observado, a la vez que me encanta el anonimato de ir encontrándome gente con quienes nunca más me voy a volver a cruzar. Pero para algo tiene que servir no ver tres en un burro e ir siempre con gafas de sol y sin lentillas, para que parezca que floto y no ver nada que me incomode. Eso sí, luego me dicen que soy un borde.

Sol, Gran Vía y Fuencarral estaban llenos de gente, como siempre que voy. Con un calor abrasador fui en mi búsqueda de mochilas, y me recorrí todas las zapaterías de Fuencarral para no encontrar lo que buscaba, algo tan simple como unas sandalias negras. Y al borde del colapso por la deshidratación, me fui a la Fnac a conseguir ofertas de discos, la discografía completa de La casa azul, los DVD de Muchachada Nui y La hora Chanante, y Sweeny Todd... y otras cosas. Y cuando terminé me fui a ese metro tan mal planificado como el resto de la ciudad (y sigo sabiendo que los madrileños se me van a cabrear), para terminar en Villaverde Alto, donde había quedado con S. en su casa para comer.

S. quería que yo comiera sano, pero la boicoteé mezclando la ensalada de pasta con mayonesa y queso que, por muy light que fueran, siempre aumentarían las calorías. Mientras S. iba a recoger a R., que llegaba en el AVE, yo me dedicaba a quedar con F. en Lavapiés, que, con diferencia, es el barrio que más me gustaba en Madrid, hasta que me di cuenta de que estaba poniéndose de moda.

Tras muchos mojitos y caipiriñas, acompañados además de I., amiga de F., de la que me enamoré instantáneamente, probablemente porque me recuerda demasiado a mi mismo, y alguna deserción, llegamos a Doctor Resaka, un bar estupendo, donde el dueño, que tiene página en myspace, canta mientras espera que los demás subamos a cantar con él. Todo música estúpida de los ochenta, y aceptando peticiones. I. y yo, que cumplimos años con dos días de diferencia, decidimos celebrar nuestro cumpleaños allí, por más que a mi y a todos mis amigos de Las Palmas les pille un poco a contramano. Y además el año que viene a Brasil. Lo que me recuerda que no se qué hago escribiendo esto cuando lo tenía que estar planificando.


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