Nos habíamos quedado camino de Varadero. He tenido un día espantoso, así que no aseguro las gracias.
Llegamos a Varadero antes de la hora. Un paisano con unos ojos preciosos nos ofreció una casa particular, pero las niñas habían reservado hotel. No me voy a echar las culpas porque yo no estaba cuando lo contrataron, así que, por una vez, no me da la gana. Resulta que, como la Biblia la llevábamos en el bolso simplemente para hacer músculos, contrataron un hotel que ponían verde en la Biblia, con tal de ahorrarse unos euros que nos gastaríamos después. La culpa también la tuvo la de la agencia, que nos dijo que todos los hoteles que nos ofrecía eran más o menos iguales.
Total, que llegamos, antes de tiempo, al Club Amigo Tropical. Es un hotel que está en Varadero pueblo, que es el único pueblo de Cuba donde se puede pasear tranquilamente. La zona de los hoteles buenos están a unos cuantos kilómetros de allí, pero también fuimos a conocerlos. Ya llegará.
En realidad, la estancia en Varadero dio para poco. Espero no extenderme mucho. Porque, como ya sabeis, uno es un poco prolijo, aunque no tenga nada que contar. Vuelta y vuelta en la playa, vuelta y vuelta en la piscina, y muchas cervezas (porque como estábamos en un hotel cutre, no había mojitos en principio), hasta que entró la hierba (palabras textuales del camarero), donde nos cambiamos a toda velocidad a los mojitos. Yo quería fumármela, pero las niñas no me dejaron, porque creían que no había necesidad de que me metieran preso. La comida muy interesante, al comprobar las múltiples y diversas utilidades y especialidades que pueden sacarse de la carne en lata (tengo croquetas, tengo salchichas, tengo hamburguesas, tengo empanada............), y hubo algún camarero impertinente que se terminó ganando una reclamación.
Como era un hotel cutre, estaba lleno de cubanos y argentinos, que se lo pasaban bomba en los lamentables shows del hotel, que a Conchita le gustaban mucho. El personal masculino del hotel, donde había poca cosa destacable, no paraba de ficharnos y espiarnos, y nosotros dimos unos cuantos espectáculos, aparte de chillando las cosas que escribíamos en el diario conjunto (que sólo está al acceso de unos pocos, de momento... No sabeis lo que os estais perdiendo si este os gusta), hablando de múltiples temas escatológicos (la costumbre de hablar de mis ritmos intestinales y otros fluidos corporales no es sólo mía) y cantando a voz en grito en la playa desde "La bien pagá" a "Murciana marrana". Parecía que nadie se explicaba qué hacían un tío con tres tías y ninguno se relacionara más allá de con ellos mismos.
Varadero.
Yo prefiero Ancón. Varadero tiene una playa preciosa, de aguas cristalinas, arena blanca (bastante sucia, por cierto) y andando hasta el fondo del mar sin que cubriera por los múltiples bancos de arena. El agua tenía temperatura de caldo, y el fondo estaba lleno de latas de cerveza. El sol achicharraba, y dimos pocas vueltas por la playa, porque habíamos ido a descansar. Los animadores del hotel se nos acercaban, pero nosotros teníamos claro el tema del descanso, así que ni fuimos a los cayos ni nada de nada.
Conchita se fue a conocer el pueblo, justo en la hora de la torradera, para encontrar un mercadillo "estupendo" donde no había nada que comprar "todo horroroso" mientras nosotros nos quedábamos en la playa. Mari se quemó, y Mónica y yo andábamos por ahí.
Puesta de sol desde Xanadú.
Fuimos a la mansión de la familia Dupont, de nombre Xanadú, aunque no estaba Olivia Newton-John ni nada. Un hotel maravilloso, de sólo seis habitaciones, en la zona pija, claro, para ver la puesta de sol desde la cafetería situada en el piso de arriba, donde nos tomamos muchos mojitos y cubatas (que era a lo que nosotros habíamos ido a Cuba, no se si ya lo hemos dicho), que nos cobraron a base de bien. Como en el fondo somos una panda de burgueses, estuvimos encantados de ser atendidos como en cualquier bar pijo español, escuchando jazz latino (me compré el si-di del saxofonista) y música chill-out. Fuimos dos veces. La primera dos horas después de la puesta de sol, y la segunda ya a tiempo. Fuimos por fin conscientes de lo cutre de nuestro hotel, y decidimos, la próxima vez, ir de pijos, que en el fondo es lo que somos, y cogernos habitación allí (yo, de hecho, estuve a punto de quedarme a pasar la segunda noche).
Haciendo una foto en la mansión Xanadú.
En fin, que, visto lo visto, parece que no fue nada interesante. Pues no fue así. Nada más llegar al hotel, nos encontramos con el danés de nuestra vida, y, durante tres días, estuvimos entretenidos con él. El muchacho intentó hacer migas con nosotros, dado que ya cantaba eso de irnos encontrarnos por el mundo, y hospedarnos en el mismo hotel de los ochocientos que había en Varadero, pero nosotros se lo impedimos. Conchita se enamoraba y desenamoraba del danés, y a mi me ponía malo porque no tenía ninguna oportunidad. Tras haberse comido toda la langosta de la isla, nuestro danés había empeorado considerablemente su figura, pero aún así tenía una pinta de hooligan que nos ponía enfermos. Mónica y Geli pensaban que no era para tanto. Resulta que el danés era irlandés o escocés o galés (de inglés no tenía pinta), que, a pesar de haber ido solo por toda la isla, era sociable y hablaba con todo el mundo (menos con nosotros que, como nos gustaba, no lo mirábamos a la cara cuando él lo hacía), y que estaba más salido que el pico de una plancha (cosa que yo hubiera solucionado gustosamente si hubiera sido posible).
Nuestro danés, de lejos y de espaldas.
Como tenía un punto seductor, y sabía que nos gustaba, se dedicaba a regalarnos posturitas en la playa, pero sólo cuando no llevábamos cámara. Le hicimos algunas fotos de improviso (la que se ve mejor la tiene Mónica, cuando me la pase la coloco), pero el book entero no pudimos, y aseguramos que no tenía desperdicio. Se peleó con unas inglesas gordas con las que había intentado ligar, porque ellas querían "go to the disco" y él quería ir "to the room, to the room", e intentaba saludarnos (al pobre hay que darle un premio, porque tiene mérito), cosa a lo que respondíamos tímidamente. Conchita, en plena tajada, y al encontrárnoslo por la calle, logró abochornarlo (a Mari y a mi también) gritando "Está ahí, está ahí", con el otro enfrente, y el último día se dedicó a esquivarnos. Una lástima, porque además a mi me parecía que me iba a caer bien. Lo del danés dió para muchas horas, pero como era un juego de ahora sí-ahora no, y no tengo ganas de aburriros, lo dejaremos como está.
Y poco más que contar, al menos interesante. Mucho niñatillo mono, todos con padres (me dió por estar pederástico), un canadiense (padre de uno de los niñatillos) trabadín que me enseñó el culo para ponerme los dientes largos, y algunos paisanos de buen ver que las niñas no aprovecharon. Una despedida del hotel a la francesa, sin propina alguna, porque estábamos rácanos en esta parada, y un viaje de vuelta a La Habana, con todo el miedo del mundo a ver qué nos encontrábamos, pasando por Matanzas, ciudad a la que habíamos prometido ir, pero por donde sólo pasamos con la guagua, quedándonos con las ganas. Habrá que volver.
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