miércoles, 4 de julio de 2007

El viaje interminable

Lema del día: Si las barbas de tu vecino ves cortar, remátalo con el hacha.













La Habana desde el mirador del memorial José Martí.


Comenzamos por fin con los entresijos del extraño viaje. Hoy toca al tema vuelos. Porque información tenemos para dar y regalar.

Barajas. Día 1. Algunos llegaron el mismo día, yo llevaba unos cuantos en Madrid. Y lo que marca el inicio del viaje es el encuentro, así que comenzaremos aquí. Habíamos quedado antes de tiempo (una hora antes de tener que facturar, de hecho) para poder hacer trasvase de equipajes (se suponía que alguno de los componentes del viaje llevaba encargos para allá que no le cabían en la maleta). Creo que para empezar deberíamos decir que íbamos cuatro. Para no ofender a ninguno de los que íbamos y que no los puedan reconocer por la calle, emplearemos como seudónimos los apodos que nos puso Nieves (véanse posteriores episodios en Santiago de Cuba): Conchita, Mari, Mónica y Rafelito.

Conchita traía en la maleta distintos encargos para algunos de los familiares de sus conocidos cubanos, que teníamos que depositar en las nuestras para poder hacer bien el viaje. Hubiera podido ir en mi maleta, que no llevaba demasiado sobrepeso esta vez, pero estaba el problema de que Conchita y yo no nos conocíamos. Tras dar vueltas durante media hora por toda la T1 arriba y abajo buscándonos mutuamente (habíamos quedado en el puesto de información, de los que hay cuarenta), aparecen Mónica y Conchita, que ya habían hecho trasvase, con las dos maletas más pequeñas del viaje. Yo, para variar, llevaba ropa para tres meses, y Mari, que apareció después porque le gusta jugar con el riesgo, y llegaba de Las Palmas media hora antes del embarque, había cargado la suya con distintos tipos de detergente, con la intención de hacer lo que sería su ocupación fundamental durante muchos días, lavar ropa.

Una vez el feliz encuentro, nos dirigimos al mostrador de Cubana de aviación. Vuelos tienen Cubana, Air Europa (que se ha aliado con Cubana) e Iberia. Yo, que soy muy imperialista, hubiera preferido ir con esta última, pero me tocó un grupo de guerrilleras que iban a hacer la revolución. La fama de Cubana no era buena, lo que, hasta cierto punto, estaba bien. Se decía que dejaban beber en el avión y fumar también. Desafortunadamente, la revolución sigue cayendo en picado en alas de la globalización, y ya habían dejado de permitir que los pobres pasajeros nos emborracháramos y fumáramos sin parar durante las casi once horas que dura el viaje.

Para colmo de males, cuando ya hemos cruzado el control policial (donde le quitaron un champú carísimo a Conchita) y arrasado en el Duty Free con compras de última hora (incluyendo el que, yo creía, sería suficiente tabaco para veinte días), nos informan de que el vuelo iba con retraso., y que embarcaríamos una hora más tarde "o así" por comprobaciones de última hora. Yo, que para eso de montarme en un avión, a pesar de vivir donde vivo, tengo mis recelos, y ante la posibilidad de poder seguir fumando un ratito, me alegré mucho. Las demás no tanto. Pero no perdimos el tiempo. Comenzamos en ese momento lo que sería la principal actividad común de nuestro viaje: comer. Para eso también está el Duty Free.

Tras ponernos gochones de todo tipo de porquerías (aclaro, gocho es término asturiano que significa cerdo), embarcamos por fin en un vuelo inolvidable. El personal de Cubana era agradable en general, y, a veces, muy gracioso (todavía recordamos al azafato que traía la leche para el café casi cantando "aquí viene la lechita, la lechita"), aunque a Conchita y a mi, que, como no podíamos dormir, nos dió por hacer carreras pasillo arriba y pasillo abajo, una azafata estuviera a punto de mordernos por ocuparle el sitio donde tenía el bolso. De todas formas, nada que ver con el viaje de vuelta, con Air Europa, donde venían una serie de azafatos divinas que habían pedido ese vuelo para poder estar esa noche en el orgullo, y que eran tan profesionales que tenían una cara de asco que no podían. Hablo de esto aquí porque el vuelo de vuelta dio para poco y no merece la pena un capítulo aparte. De hecho es lo único que voy a contar (podría hablar largo y tendido de dos madrileñitos catetoides que venían a mi lado, pero no se debe perder el tiempo hablar del chulerío cutre de nadie).

Los ocupantes de los asientos contiguos a los nuestros eran de lo más variopinto. Desde un señor raro que se tiró todo el vuelo cambiándose de sitio para poder estar al lado de un conocido suyo al que no parecía importarle mucho que el otro estuviera lejos, una madre y una hija que iban a buscar cubanos (y ya empezaron en el avión, aunque fuera con un canario, que, total, hablaba parecido), un grupo de chavales borrokeros, y un grupo de música cubana y su supuesto manager canario, que no paró de chillar en todo el viaje, de tal manera que ni con el MP3 podía dejar de escucharlo. Fue de lo más entretenido.

Nosotros empezamos bien, teníamos buenos propósitos, y no escupimos a ninguno de ellos (yo sólo quería hostiar al canario, pero había oído hablar de las cárceles cubanas, y no tenía ganas) e incluso el supuesto mánager canario le regaló a Mónica un CD (dícese sí-dí en cubano) de (agárrense a los pelos del pecho)... Enrique del Pozo. Nunca conseguimos esclarecer la relación entre ambas personas, ni ganas que nos quedaron.

Yo intenté hacer uso de los chicles de nicotina sabor menta que me había recomendado la farmacéutica ( iba a comprar parches, pero le explique para lo que era y a punto estuvo de llamar al 112 para que me encerraran), pero están igual de asquerosos que todos, así que decidí pasar el mono a pelo, mientras Conchita me gritaba que me metiera a fumar en el baño cada vez que pasaba una azafata cerca, cosa que, evidentemente, hacía casi imposible el delito, porque no me quitaban ojo.

Tras once horas de trayecto, con escala en Santiago incluida (yo esperaba que me dejaran bajar a fumar, pero no hubo forma, y eso que estuvimos parados cerca de una hora) llegamos al destino: el aeropuerto José Martí, en La Habana. Para el que no lo sepa, José Martí es el principal héroe de la independencia cubana. Yo no estoy aquí para dar lecciones de historia (me había propuesto no hacer nada cultural, de hecho), pero como ya ha salido dos veces hoy, habrá que aclararlo.

Cuando bajamos del avión comprobamos los beneficios del tiempo cubano. A las dos de la mañana había como dos mil grados centígrados y una humedad que no se podía respirar. Y sin aire acondicionado. Esperábamos la maleta en la cinta que nos habían dicho, pero las nuestras aparecieron por la de al lado. Como estábamos despiertos, gracias a los chillidos del canario, no tuvimos problema. Y aquí empezamos con la propina. Unas cubanas encantadoras me llaman de forma sugerente desde detrás de un puesto cutre donde tenían escrito algo sobre Departamento Médico de no se qué, y me piden, muy sugerentemente "unas moneditas de esas de euritos que tienen ustedes". Uno, que se fía poco, y ante la perspectiva de que, ante mi negativa, se me deportara del país por alguna enfermedad contagiosa, previo exhaustivo chequeo, les ofrecí los pocos céntimos que tenía sueltos, ante lo que se mostraron contrariadas, pero me dieron las gracias.

Como somos muy previsores, nadie había cambiado dinero. Como ya dije, cogen en muchos sitios lo mismo en euros que en dólares y que en CUC (convertibles), con lo que nosotros empezamos ya a estas alturas haciendo el primo dando euros a más de lo que nos podrían haber cobrado. Un amable taxista nos llevó al hotel, poniendo la radio porque nosotros no le dábamos conversación (y es que ya empezaban a conocernos), al que llegamos cerca de las tres. Y como gracias al canario, no teníamos ni sueño ni nada parecido, nos empezamos a hartar de mojitos, y nos fuimos a la cama con la tajada suficiente para encarar el que sería nuestro primer día en La Habana. Eso lo contaremos en el siguiente capítulo.

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