Vuelvo a estar en crisis existencial, que a estas alturas para mi es ya una forma de vida, y comienzo otra vez a rememorar tiempos que en la memoria parecen mejores aunque se que nunca lo fueron. Me lleva eso a pensar que, por más que lleve unos meses, como todos mis inviernos, echado a la calle, conociendo gente y pasándomelo muy bien en abstracto, hay fenómenos de la vida de una persona que no necesariamente tienen que ver con esa persona misma y que, sin embargo, se van perdiendo.
Reflexionaba estos días acerca de lo interesante que me resultaba mi vida anterior, esa época de estudiante de la que guardo mejores recuerdos de los que debiera, pero que estaba plagada de acciones imprevisibles y sorprendentes por parte de los demás. Quizá sea que me estoy haciendo mayor y estoy curado de espantos, pero no puedo entender como todas esas anécdotas que hacían que mis amigos esperaran mi llegada para tener de qué reirse han dejado de ocurrir.
Dentro de mis posibilidades, lo único que he mantenido es lo que, efectivamente, depende únicamente de mi: me sigo cayendo y quemando por todas partes, menos que antes, también es verdad, pero en general con mayor intensidad. Pero echo muchísimo de menos el resto de "mis cosas", porque eran mías de verdad y conseguían que mi vida fuera mucho más divertida.
Es decir, ya ninguna desconocida me para por la calle para que busque a su marido y conseguir así que no le haga daño a su primo, ya nadie me para cuando vuelvo cargado de la compra para ayudar a un inválido a subirse a una furgoneta de transporte, ya ningún yonqui me pide tabaco cuando soy el único que está sin fumar y con el paquete de cigarrillos guardado, ya no me encuentro vendedores ambulantes de naranjas a las once de la noche, ya no me sonríen las cajeras del Día... y lo añoro tanto...
Reflexionaba estos días acerca de lo interesante que me resultaba mi vida anterior, esa época de estudiante de la que guardo mejores recuerdos de los que debiera, pero que estaba plagada de acciones imprevisibles y sorprendentes por parte de los demás. Quizá sea que me estoy haciendo mayor y estoy curado de espantos, pero no puedo entender como todas esas anécdotas que hacían que mis amigos esperaran mi llegada para tener de qué reirse han dejado de ocurrir.
Dentro de mis posibilidades, lo único que he mantenido es lo que, efectivamente, depende únicamente de mi: me sigo cayendo y quemando por todas partes, menos que antes, también es verdad, pero en general con mayor intensidad. Pero echo muchísimo de menos el resto de "mis cosas", porque eran mías de verdad y conseguían que mi vida fuera mucho más divertida.
Es decir, ya ninguna desconocida me para por la calle para que busque a su marido y conseguir así que no le haga daño a su primo, ya nadie me para cuando vuelvo cargado de la compra para ayudar a un inválido a subirse a una furgoneta de transporte, ya ningún yonqui me pide tabaco cuando soy el único que está sin fumar y con el paquete de cigarrillos guardado, ya no me encuentro vendedores ambulantes de naranjas a las once de la noche, ya no me sonríen las cajeras del Día... y lo añoro tanto...
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