miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cuenta atrás.

Lema del día: El reloj nunca para.

Quedan 10 días.

Este fin de semana me fui a Madrid. Es una ciudad a la que, de vez en cuando, me gusta escapar. Tengo algunos amigos allí, hay tiendas donde encuentras cosas que no encuentras en ninguna otra parte de la península (quizá tan solo en Barcelona, que no conozco), y te permite disfrutar de eso tan estupendo que es el anonimato.
Cuando el ambiente te oprime, lo de ir a un sitio donde nadie te va a hacer caso si tú no quieres que te lo hagan es de las sensaciones más reconfortantes que puede tener un fóbico. Y en Madrid todo el mundo corre tanto para todo que es sencillísimo que un sevillano exiliado en Las Palmas que va caminando tranquilamente por Gran Vía o está tirado leyendo el Mondo Bruto en el Retiro pase totalmente desapercibido. A veces viene bien.
Para eso. Porque por lo demás, cada vez que voy, tengo esa impresión de la agresividad para todo, quizá influida, seguramente influida, por ese acelerador que lleva toda la población de la ciudad, que para determinadas cosas, a mi me agobia. Es lo que tiene lo fóbico.
Pero se puede respirar insignificancia. Nadie significa nada, y nadie se va a preocupar por tí. Menos las gitanas que se apostan los domingos en el Retiro. Esas no sólo se preocupan, sino que te tangan a la más mínima. A mi esta vez fueron treinta euros.

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