Todos disputamos guerras, de hecho yo soy muy belicoso, pero generalmente son guerras momentáneas, que duran lo que tardo en decidir que he ganado o que mi jefe es mi jefe y no hay más tutía. Pero desde hace años libro dos guerras soberanas y mantenidas en el tiempo.
La primera, como la de mucha gente, es una guerra conmigo mismo donde tengo todas las de perder, supongo que como todo el mundo, así que con esa no malgasto mi tiempo.
Con la otra, sin embargo, si que estoy más ocupado y cada vez, más frustrado: se trata de mi guerra contra las pelusas y el polvo.
Como bien saben los seguidores de este blog, sólo hice tres propósitos de año nuevo, y el primero de ellos fue limpiar más mi casa, porque lo de ser íntimo de las pelusas de debajo de la cama da cosica. Y lo estaba llevando bien hasta que llegó la calima.
No paro y no paro y no paro de limpiar cada vez que tengo una mañana libre (sustituyase si se desea libre por sin resaca) y sigue y sigue y sigue cada vez habiendo más polvo. Lo de hoy ha sido tremebundo, quiero suponer que por la calima, y no paraban de salir recogedores llenos allá por donde iba.
A pesar de que he estado toda la vida intentando mejorar los sistemas para que cada vez haya menos, y no he descubierto forma humana ni, temo, divina de que eso pase.
La última, y a la desesperada, es hacerlo todo dos veces y con más fuerza. Lo único que consigo es tener los biceps estupendos y que hoy el Pato WC se me haya corrido en la pierna. Por lo demás, ningún avance. Y lo peor de todo es que me doy cuenta de que me estoy pareciendo cada vez más a mi madre.
Eso sí, si por ahí hay un hombre rico y guapo, que ande buscando un marido que no sólo haga buena comida (y no voy a especificar porque no podría) y no le importe estar tres horas limpiando ventanas envuelto en vapores amoniacales, aquí estoy.
Todo el mundo sabe que soy fácil de contentar. Sólo necesito un chófer y una Visa Platino.
La primera, como la de mucha gente, es una guerra conmigo mismo donde tengo todas las de perder, supongo que como todo el mundo, así que con esa no malgasto mi tiempo.
Con la otra, sin embargo, si que estoy más ocupado y cada vez, más frustrado: se trata de mi guerra contra las pelusas y el polvo.
Como bien saben los seguidores de este blog, sólo hice tres propósitos de año nuevo, y el primero de ellos fue limpiar más mi casa, porque lo de ser íntimo de las pelusas de debajo de la cama da cosica. Y lo estaba llevando bien hasta que llegó la calima.
No paro y no paro y no paro de limpiar cada vez que tengo una mañana libre (sustituyase si se desea libre por sin resaca) y sigue y sigue y sigue cada vez habiendo más polvo. Lo de hoy ha sido tremebundo, quiero suponer que por la calima, y no paraban de salir recogedores llenos allá por donde iba.
A pesar de que he estado toda la vida intentando mejorar los sistemas para que cada vez haya menos, y no he descubierto forma humana ni, temo, divina de que eso pase.
La última, y a la desesperada, es hacerlo todo dos veces y con más fuerza. Lo único que consigo es tener los biceps estupendos y que hoy el Pato WC se me haya corrido en la pierna. Por lo demás, ningún avance. Y lo peor de todo es que me doy cuenta de que me estoy pareciendo cada vez más a mi madre.
Eso sí, si por ahí hay un hombre rico y guapo, que ande buscando un marido que no sólo haga buena comida (y no voy a especificar porque no podría) y no le importe estar tres horas limpiando ventanas envuelto en vapores amoniacales, aquí estoy.
Todo el mundo sabe que soy fácil de contentar. Sólo necesito un chófer y una Visa Platino.
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