miércoles, 11 de febrero de 2009

Invierno en Lisboa

Lema del día: Be water, my friend.

Sigo esperando las instantáneas de mi última visita a Lisboa, acaecida hace dos semanas, pero como continúe esperando se me va a olvidar todo, así que recuperaré alguna de las de verano para ilustrar el post, y ya después, si es que alguna vez me llegan, seleccionaré para mostrar (si es existe aquella en la que no esté borracho).

 

La idea de ir a Lisboa, ya lo conté hace un tiempo, fue de última hora. Me invitaron a un Congreso, en pleno ataque borracheril, en unas fechas en las que estaba de días libres. Como no tenía que justificar asistencia, decidí irme al sitio donde se celebraba y olvidarme del Congreso, para poder disfrutar de Lisboa con menos calor que la que sufrimos en el periplo estival del año pasado. Y como el alcohol inundaba mis neuronas, no pensé siquiera en la compañía más allá de los amigos.
Eso hace que el grupo sea bastante más heterogéneo de lo apetecible. Lo malo es que a la hora de comer hay que hacer auténticas virguerías para estar cubierto por todos los flancos. Lo bueno es que los heterogéneos nos sirven de divertimento a los demás. 
Tras sufrir (y llevo cuatro reclamaciones de retraso) la T4 (maldito invento de algún arquitecto imbécil) y un vuelo con turbulencias que provocó algún que otro mareo y más de una risa, llegamos a Lisboa una maravillosa tarde de lluvia con un frío polar. Nos hospedábamos en el hotel AC Lisboa, que en realidad podría estar en cualquier otra parte del mundo porque es exactamente igual que todos los hoteles de la cadena, lo que incluye al personal masculino de recepción, de estilo impersonal, robótico y casi estierco. Por lo visto en los hoteles de cuatro estrellas a eso lo deben llamar hospitalidad.
Deseosos de olvidar a Iberia, marchamos a buscar cerveza subiendo al Bairro Alto. Y ahí nos perdimos. Y aquí me perdí, porque he jurado y perjurado no poner verde a nadie, así que el relato quedará menos divertido y mucho más corto, porque resumiré. 
Los portugueses habían mejorado ligeramente. Continuaban siendo paticortos, unicejos y retacos, pero se los veía algo más guapos. Claro que siempre me quedaba la duda de que fueran de allí, o de que como los corticoides habían dejado de castrarme hacía ya tiempo, mi líbido estuviera en límites normales. Aun así, poco había que salvar. Mucho local moderno (donde la consumición mínima eran 100 euros) nos llevó a alguna discoteca de música electrónica en la que alguna de las representantes pretendió que le pusieran salsa, consiguiendo no sólo que no la echaran, sino hacerse amiga del DJ, llamado Oscar, que incluso le pidió disculpas. La primera noche, sábado para ser más exacto, acabó con el diluvio universal sobre nosotros mientras le quitábamos taxis a los portugueses y cenábamos a las seis de la mañana en la habitación del hotel, donde no podían hacer sandwich mixtos por la hora, pero si ensaladas césar. A mi que me lo expliquen.

 

El conocer el sitio te da libertad para moverte, con lo que uno, que tiende a independizarse aunque esté en el extrajero, aprovechó para dormir lo que no hicieron los demás y se incorporó a la hora de la comida en Belem, con el resto del pasaje ya con los deberes hechos evitando por tanto el turismo ya conocido. 
Sin encontrar un bar abierto, acabamos nuevamente en el hotel, donde di a conocer el (magnífico) vinho verde, y dimos el típico espectáculo de españoles en el extranjero, a voz en grito todo el tiempo, durante horas y horas porque como estábamos a gusto y el vinho verde estaba bueno, decidimos acabar allí con la bodega. La cena, ya en considerable grado enólico, dio para que unos catalanes convencieran a I., que no se fiaba de su comida ni de nosotros, que existen los espaguettis negros, y para que metiéramos la pata con comentarios fuera de tono con los que no se habían quedado a comprobar las excelencias del zumo de uva portugués. 
Como había ido de vacaciones seguí durmiendo como una marmota para descubrir al levantarme que la humanidad en pleno estaba comprando manteles, y unirme al grupo con el tiempo justo para desayunar a las dos de la tarde. La velada estuvo amenizada por el contaje de asesinatos que cometíamos, tras ser informados de que por cada cigarrillo que nos fumábamos estábamos matando a diez personas. En la comida nos dio por bromear con los camareros y reírnos del intento de negocio con almejas que había querido hacer un rumano con S. y A. mientras esperaban el autobús de regreso a Lisboa tras ver a sus familiares. Cuando ya hubimos exterminado a un par de aldeas de Zamora, nos fuimos a realizar la última visita de la tarde, el Castelo de Sao Jorge, que terminó lo antes posible porque habíamos ido a emborracharnos (yo al menos, si, y parte del pasaje, concretamente por el que yo me había apuntado, no mostraban ningún tipo de oposición a ello), consiguiendo aposentarnos en un local lleno de terciopelo rojo y jazz que conseguimos llenar y vaciar un par de veces mientras la ginebra iba consiguiendo que nuestras caras se descompusieran y los chistes cada vez fueran más soeces. A la camarera le prometimos que "manha mais", pero luego no fue posible.

 A Ale y a mi nos dio por ir caminando a dormir, para que se nos pasara la torta, mientras los demás que resistían cogían un taxi. Y como nos entró hambre así, de repente, no tuvimos mejor cosa que hacer que irnos al McDonalds 24 horas que hay en el Estadio del Sporting de Lisboa, en la otra punta de la ciudad, porque en Lisboa en invierno un lunes a las tres de la mañana no hay ningún sitio para comer abierto. ¡Habrase visto! Un taxista colocado al que encontramos en medio de una rotonda en medio de una autopista nos llevó hasta el hotel, donde dormimos cuatro cortas horas porque al día siguiente nos íbamos a Sintra. 
La división allí se hizo evidente. Tras decidir visitar la Quinta do Regaleira, el único palacio que me quedaba por ver, unos pocos nos decidimos a escalar (literalmente) por todos los jardines y revisar todas las grutas, mientras el resto decidían dónde comíamos sentados en el bar. Con diferencia, la mejor de todas las atracciones de Sintra, la Quinta nos dio para ejercitar los gemelos, la visión nocturna y la cabeza, si no que se lo digan a I., que se estampó contra una estalagtita, cosa que no sólo sirvió para que le saliera un chichón, sino también para que no lo hiciera yo, que suelo ser el damnificado en estas excursiones. Tras comer en un restaurante donde la puerta no cerraba, y el aire entraba como traído de Arkansas, iniciamos vuelta a Lisboa para descansar y hacer las maletas. 
Como yo no estaba por la labor, convencí a Ale de irnos a buscar un bar, y, tras varias vueltas y paradas, y ya con S. y A., dimos paso a nuestra última noche en Lisboa a ritmo de cervezas, de nuevo por el Bairro Alto. Al grito de "Mais cinco", tras la incorporación de B., tuvimos la noche más tranquila y más coleguera. Por más que el cuerpo no pidiera marcha y regresáramos relativamente pronto para descansar. Pero es que la T4 da para mucho. Tanto como para tener que ir (de nuevo) de T4 a T4S corriendo al haber tenido retraso (de nuevo) en el vuelo de ida. Por lo menos llegaron las maletas. 
Y por fin, ya en casa, descansé. Es lo que tienen las vacaciones, que son agotadoras. Por eso mejor cortas.

P.D. Esta vez he ido de pijis por la vida. Es lo que tienen las invitaciones. Sigo prefiriendo el método medio-mochila habitual, aunque sea mucho más cansado. No os vayais a creer que uno es fino...
 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pido irme de viaje contigo.

Desde luego yo en una fiesta pija y tú "cambándote la peluca" con vino local.

Que envidia, no recuerdo la última vez que perdí los papeles en una buena juerga.

Ni donde los dejé, todo sea dicho.

Groupiedej dijo...

Pues nada, este año todavía no he decidido destino. Estoy entre Escocia (aunque a mi el whisky no me va mucho) y México (aunque la última de tequila no la quiero ni recordar)... así que si te apuntas, ya sabes.

Unknown dijo...

Rafa, estas exo un crack, me encanta como lo describes... comedido en todo momento, irónico cuando debes.. y aunque no lo creas, soy menos piji de lo que piensas, aunque tengo mi espinita de colegio de pago... ALE

Anónimo dijo...

Si el destino es a razón de su bebida insignia yo ni lo dudaría.

Japón.

Mojaría en sake hasta los churros del desayuno.


PD: En Japón harán churros??