Llevo un tiempo sin escribir, y lo cierto es que no he estado tan ocupado para hacerlo. No se si no tenía ganas o si simplemente no tenía nada que contar. Ninguno de esos dos motivos es tan poderoso para que deje de hacer algo (salvo ir al gimnasio, para dejarlo soy capaz de las más estúpidas excusas).
Acabo de llegar de viaje hace dos días. Estuve en Viena en un congreso (el congreso, de hecho, es una excusa para visitar Viena). He comprobado lo poco que me gusta el psicoturismo, fundamentalmente por el hecho de que no tienes tanta libertad como desearías para poder manejarte libremente. Pero más allá de eso, me lo he pasado muy bien. No he visto a casi nadie de los que pretendía ver, he comido como un cerdo, he bebido más todavía, no he parado de andar, y he tenido múltiples problemas a la hora de la comunicación, porque el inglés con acento alemán me resulta incomprensible. Repito, me lo he pasado muy bien. Además me ha parecido una ciudad preciosa. Ahora que ya la conozco, tendré que volver simplemente para salir por la noche. Y es que con tanta caminata matutina, y posterior emboste, lo de estar después de las dos de la mañana en la calle se hace más que complicado, porque uno ya no tiene quince años, aunque le gustaría.
Tras regresar, he vuelto a intentar poner orden en mi vida, aunque cada vez me resulta más complicado. Sobre todo porque tengo tantas cosas pensadas que no se cuantos siglos tardaré en hacerlas. Me terminé de leer, por fin, Delicioso suicidio en grupo, un libro de un escritor finlandés de nombre impronunciable (algo así como Arto Paasilinna), que me ha hecho reírme como hacía tiempo no lo conseguía ningún libro, con esa especie de humor caústico que tienen los escandinavos, y que a mi tanto me gusta. El hecho es que el finalizar el libro me ha recordado los siete que tengo pendientes (todos empezados, me refiero) desde hace ya un año. A saber: dos de cuentos, uno de Truman Capote que me llevé para un viaje y luego coloqué en su sitio, y otro de Saki, escritor inglés que descubrí sin querer, que me apasiona, y cuyo libro he dejado de maltratar en la guagua, porque ya me da pena; Abriendo puertas, la segunda parte de El diario de JL, que me compré a la vez, y me aburre tanto como el final del anterior (lo que demuestra que los premios literarios, por muy activistas que sean, no pueden otorgarse en base a razones comerciales, aunque también tendríamos que tener en cuenta a la hora de comprarlos que casi siempre ocurre eso); Camino de ida, de Carlos Salem, escritor argentino cuya primera novela (a saber, esta) tiene dos primeras páginas impresionantes, dejando el resto en manos de lo fantástico mal contado, y ayudando profundamente al sopor; Lo que Sócrates diría a Woody Allen, una especie de mezcla filosófica con crítica literaria, demasiado espesa para mi en estos últimos tiempos; Wicked, novela fantástica que trata de como la una chica rara se convierte en la malvada Bruja del Oeste de El mago de Oz, que me está gustando bastante; y, sobre todo y ante todo, La montaña mágica, novela grandiosa que no tengo muy claro por qué estoy tardando tanto en leer, salvo que se deba a sus bastas dimensiones.
Así que he decidido no empezar ningún otro hasta que me termine estos. Claro que quiero retomar los idiomas (el hecho de no enterarme del inglés de los alemanes ha influido, obviamente), y me apuntaré al carné en cuanto me abran la autoescuela que está frente a casa (nos han dicho que en dos semanas). Lo del gimnasio, ahí ando. Pensaba ir mañana. De hecho estaba convencido. Pero esta mañana me lo empecé a plantear, y a estas horas, lo he dejado para el martes. Que no iré... si me conozco.
La vida social va camino de mejorar. Estoy abriendo puertas, cosa que no hacía desde mucho atrás, aunque no estoy seguro de que este sea el mejor momento porque ando un poco imbécil. Mis relaciones con alguna persona en concreto van mejorando, después de desavenencias causadas por mis fobias, así que tampoco quiero cagarla ahora. Pero si no, no sería yo. Dentro de un par de semanas actúa Silvio Rodríguez, y a final de noviembre es el Womad (ese fin de pensaba irme a Madrid, pero visto lo visto... no se).
En fin, que vivan Belle and Sebastian.
Acabo de llegar de viaje hace dos días. Estuve en Viena en un congreso (el congreso, de hecho, es una excusa para visitar Viena). He comprobado lo poco que me gusta el psicoturismo, fundamentalmente por el hecho de que no tienes tanta libertad como desearías para poder manejarte libremente. Pero más allá de eso, me lo he pasado muy bien. No he visto a casi nadie de los que pretendía ver, he comido como un cerdo, he bebido más todavía, no he parado de andar, y he tenido múltiples problemas a la hora de la comunicación, porque el inglés con acento alemán me resulta incomprensible. Repito, me lo he pasado muy bien. Además me ha parecido una ciudad preciosa. Ahora que ya la conozco, tendré que volver simplemente para salir por la noche. Y es que con tanta caminata matutina, y posterior emboste, lo de estar después de las dos de la mañana en la calle se hace más que complicado, porque uno ya no tiene quince años, aunque le gustaría.
Tras regresar, he vuelto a intentar poner orden en mi vida, aunque cada vez me resulta más complicado. Sobre todo porque tengo tantas cosas pensadas que no se cuantos siglos tardaré en hacerlas. Me terminé de leer, por fin, Delicioso suicidio en grupo, un libro de un escritor finlandés de nombre impronunciable (algo así como Arto Paasilinna), que me ha hecho reírme como hacía tiempo no lo conseguía ningún libro, con esa especie de humor caústico que tienen los escandinavos, y que a mi tanto me gusta. El hecho es que el finalizar el libro me ha recordado los siete que tengo pendientes (todos empezados, me refiero) desde hace ya un año. A saber: dos de cuentos, uno de Truman Capote que me llevé para un viaje y luego coloqué en su sitio, y otro de Saki, escritor inglés que descubrí sin querer, que me apasiona, y cuyo libro he dejado de maltratar en la guagua, porque ya me da pena; Abriendo puertas, la segunda parte de El diario de JL, que me compré a la vez, y me aburre tanto como el final del anterior (lo que demuestra que los premios literarios, por muy activistas que sean, no pueden otorgarse en base a razones comerciales, aunque también tendríamos que tener en cuenta a la hora de comprarlos que casi siempre ocurre eso); Camino de ida, de Carlos Salem, escritor argentino cuya primera novela (a saber, esta) tiene dos primeras páginas impresionantes, dejando el resto en manos de lo fantástico mal contado, y ayudando profundamente al sopor; Lo que Sócrates diría a Woody Allen, una especie de mezcla filosófica con crítica literaria, demasiado espesa para mi en estos últimos tiempos; Wicked, novela fantástica que trata de como la una chica rara se convierte en la malvada Bruja del Oeste de El mago de Oz, que me está gustando bastante; y, sobre todo y ante todo, La montaña mágica, novela grandiosa que no tengo muy claro por qué estoy tardando tanto en leer, salvo que se deba a sus bastas dimensiones.
Así que he decidido no empezar ningún otro hasta que me termine estos. Claro que quiero retomar los idiomas (el hecho de no enterarme del inglés de los alemanes ha influido, obviamente), y me apuntaré al carné en cuanto me abran la autoescuela que está frente a casa (nos han dicho que en dos semanas). Lo del gimnasio, ahí ando. Pensaba ir mañana. De hecho estaba convencido. Pero esta mañana me lo empecé a plantear, y a estas horas, lo he dejado para el martes. Que no iré... si me conozco.
La vida social va camino de mejorar. Estoy abriendo puertas, cosa que no hacía desde mucho atrás, aunque no estoy seguro de que este sea el mejor momento porque ando un poco imbécil. Mis relaciones con alguna persona en concreto van mejorando, después de desavenencias causadas por mis fobias, así que tampoco quiero cagarla ahora. Pero si no, no sería yo. Dentro de un par de semanas actúa Silvio Rodríguez, y a final de noviembre es el Womad (ese fin de pensaba irme a Madrid, pero visto lo visto... no se).
En fin, que vivan Belle and Sebastian.
2 comentarios:
...perdón, perdóname querido amigo,
que me perdone tu perro, por compararlo contigo...
Besos desde Arganda del rey.
Besos que tendrían que haber sido desde Santa Cruz de Tenerife.
Nunca un pueblo de Madrid estuvo más cerca de Las Palmas. En enero voy pa alla. llamaré antes. Muchos besos desde el calor del sur.
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