En mi vida ha habido muchas mujeres que me han marcado. Supongo que como a casi toda la humanidad en pleno. No soy tan distinto del resto del mundo, creo. Pero el perfil de esas mujeres ha ido cambiando a lo largo del tiempo. En cierto punto, para peor.
En mi dulce y tierna infancia, tenía debilidad por las malas. Y me refiero a las malas no de traviesas, sino de perversas. Mi ídolo infantil, Bruja Avería aparte, era Ángela Channing. Cada vez que puteaba a Maggie yo llegaba al borde del orgasmo. Las malas de las películas de Disney eran otras. Maléfica (aclaro, la bruja de La Bella Durmiente, y mi posible disfraz de carnaval para este año, que nadie me lo copie) es una de las mayores inspiraciones a lo largo de mi perturbada vida imaginaria. Igual que la bruja de Blancanieves, Cruela de Ville... Eramos niños, y yo estaba muy cabreado con el mundo en aquellos entonces (ahora también, en realidad, no se por qué cambiaron las tornas). Los hombres quedaban, por muy malos que fueran, como mafiosos cutres, con pocas neuronas, y mucha pistola. Las mujeres no eran fuertes, eran listas, y eso les daba un mayor poder diabólico. De mi relación con mi madre no hablaré en este blog, lo reservo para cuando me decida a psicoanalizarme, aunque no creo que lo haga nunca. Pero puede que tuviera algo que ver.
El poder vengarse de la humanidad que las había traicionado o, en el caso de la Channing, de poder vengarse de lo que le fueran a hacer en un futuro (venganza preventiva, llamaría Bush, que la imita con bastante menos talento) era algo con lo que me gustaba fantasear. Y ellas me ayudaban a ello. Por más que terminaran mal. Daba lo mismo. A mi no me iba a pasar eso, porque consistía en verlas, y aprender de sus errores.
Con el tiempo me fueron interesando las malas, pero de otra manera. La venganza estaba ahí, pero eran más patéticas. El ejemplo número uno sería Baby Jane. Quizá que alguien como Bette Davis fuera quien la interpretara tuviera también algo que ver. Pero lo cierto es que esa pobre chiquilla engañada por el mundo que se estaba vengando de él a mi me resulta entrañable. Por mucho que, todo hay que decirlo, mirándolo fríamente, de entrañable tenga más bien poco.
Y como estas tantas otras. Pero me fui haciendo mayor, y mis heroínas fueron cambiando. Todo se lo debo a Ripley. Yo siempre había sentido debilidad por Alien (el bicho, claro), y, como buen fan, fui a ver Alien Resurrection para darme cuenta de lo que me estaba perdiendo con Ripley. A la dureza habitual había añadido unas notas de sarcasmo y mala hostia en el actuar que la hacían un personaje inimitable, y, sobre todo, mi nuevo modelo de comportamiento, aunque fuera solo fantasmático. Ni siquiera Jackie Brown ni la Novia pudieron hacerle sombra durante años, por muy lista que fuera la primera y muy cabrona que fuera la segunda. De hecho, de Kill Bill siempre me quedaría con Elle Driver (y con ese abrigo que lleva al inicio de la primera parte), que tenía el punto elegante que a la Thurman le faltaba.
Pero en esto, que llega lo nuevo de Tarantino (lo se, me repito como el ajo), y, tras verla dos veces (uno es muy entusiasta para algunas cosas), me doy cuenta de que alguien se asemeja más a lo que yo quiero ser ahora. Yo ahora quiero ser Zoe Bell. Para alguien que siempre le tuvo miedo a los deportes de riesgo, esta afirmación puede resultar incoherente. Pero como es fantasmático... me lo permito. No solo es una bestia, sino que además se divierte como una enana, y tiene iniciativa y sentido del humor. A partir de ahora, y supongo que por mucho tiempo, es mi ídolo. Y, en cuanto encuentre una foto suya, la coloco para que todos podais idolatrarla. Teneis que ir a ver Death Proof. Es la puta hostia. Y la banda sonora ni os cuento. No tengo palabras. Estoy pensando ir a verla una tercera vez, pero en dos semanas, lo mismo es demasiado hasta para mi.
Tras escribir toda esta parrafada me estoy dando cuenta de que últimamente esto se está convirtiendo en un almacén de mis mayores mierdas. Pero bueno, puede que eso fuera lo que se pretendía desde el principio. Voy a buscar fotos de mi ídola.
En mi dulce y tierna infancia, tenía debilidad por las malas. Y me refiero a las malas no de traviesas, sino de perversas. Mi ídolo infantil, Bruja Avería aparte, era Ángela Channing. Cada vez que puteaba a Maggie yo llegaba al borde del orgasmo. Las malas de las películas de Disney eran otras. Maléfica (aclaro, la bruja de La Bella Durmiente, y mi posible disfraz de carnaval para este año, que nadie me lo copie) es una de las mayores inspiraciones a lo largo de mi perturbada vida imaginaria. Igual que la bruja de Blancanieves, Cruela de Ville... Eramos niños, y yo estaba muy cabreado con el mundo en aquellos entonces (ahora también, en realidad, no se por qué cambiaron las tornas). Los hombres quedaban, por muy malos que fueran, como mafiosos cutres, con pocas neuronas, y mucha pistola. Las mujeres no eran fuertes, eran listas, y eso les daba un mayor poder diabólico. De mi relación con mi madre no hablaré en este blog, lo reservo para cuando me decida a psicoanalizarme, aunque no creo que lo haga nunca. Pero puede que tuviera algo que ver.
El poder vengarse de la humanidad que las había traicionado o, en el caso de la Channing, de poder vengarse de lo que le fueran a hacer en un futuro (venganza preventiva, llamaría Bush, que la imita con bastante menos talento) era algo con lo que me gustaba fantasear. Y ellas me ayudaban a ello. Por más que terminaran mal. Daba lo mismo. A mi no me iba a pasar eso, porque consistía en verlas, y aprender de sus errores.
Con el tiempo me fueron interesando las malas, pero de otra manera. La venganza estaba ahí, pero eran más patéticas. El ejemplo número uno sería Baby Jane. Quizá que alguien como Bette Davis fuera quien la interpretara tuviera también algo que ver. Pero lo cierto es que esa pobre chiquilla engañada por el mundo que se estaba vengando de él a mi me resulta entrañable. Por mucho que, todo hay que decirlo, mirándolo fríamente, de entrañable tenga más bien poco.
Y como estas tantas otras. Pero me fui haciendo mayor, y mis heroínas fueron cambiando. Todo se lo debo a Ripley. Yo siempre había sentido debilidad por Alien (el bicho, claro), y, como buen fan, fui a ver Alien Resurrection para darme cuenta de lo que me estaba perdiendo con Ripley. A la dureza habitual había añadido unas notas de sarcasmo y mala hostia en el actuar que la hacían un personaje inimitable, y, sobre todo, mi nuevo modelo de comportamiento, aunque fuera solo fantasmático. Ni siquiera Jackie Brown ni la Novia pudieron hacerle sombra durante años, por muy lista que fuera la primera y muy cabrona que fuera la segunda. De hecho, de Kill Bill siempre me quedaría con Elle Driver (y con ese abrigo que lleva al inicio de la primera parte), que tenía el punto elegante que a la Thurman le faltaba.
Pero en esto, que llega lo nuevo de Tarantino (lo se, me repito como el ajo), y, tras verla dos veces (uno es muy entusiasta para algunas cosas), me doy cuenta de que alguien se asemeja más a lo que yo quiero ser ahora. Yo ahora quiero ser Zoe Bell. Para alguien que siempre le tuvo miedo a los deportes de riesgo, esta afirmación puede resultar incoherente. Pero como es fantasmático... me lo permito. No solo es una bestia, sino que además se divierte como una enana, y tiene iniciativa y sentido del humor. A partir de ahora, y supongo que por mucho tiempo, es mi ídolo. Y, en cuanto encuentre una foto suya, la coloco para que todos podais idolatrarla. Teneis que ir a ver Death Proof. Es la puta hostia. Y la banda sonora ni os cuento. No tengo palabras. Estoy pensando ir a verla una tercera vez, pero en dos semanas, lo mismo es demasiado hasta para mi.
Tras escribir toda esta parrafada me estoy dando cuenta de que últimamente esto se está convirtiendo en un almacén de mis mayores mierdas. Pero bueno, puede que eso fuera lo que se pretendía desde el principio. Voy a buscar fotos de mi ídola.
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