La última entrada era un avance. A pesar de que no sabía que esto sería así. Resulta que me llaman el otro día para quedar a comer, y aprovechar para ver la última de Médem, "Caótica Ana". Yo, aunque no había leído crítica alguna, sí había escuchado hablar bien de ella a alguna gente, y estaba esperanzado en que Médem volviera a sorprenderme y a gustarme como hacía años. No es que no me gustara Lucía y el sexo, pero no es lo que yo esperaba de él, y, sobre todo, no es una buena película, en general, por más que queramos salvarla. A Lucía la salvé, pero con Ana es imposible.
Me explico. Lo que a mi me gustaba de Médem, lo que me hacía llegar al éxtasis con el cine de Médem (y lo digo totalmente en serio) era esa especie de inmersión en lo etéreo, en lo no real, al que se llegaba desde lo terreno, la afectividad en susurros, la corporalidad dentro de lo poético... Todas esas cosas que han ido disminuyendo en intensidad en su cine hasta casi desaparecer en esta última. Decía el otro día que la bajada a lo terrenal de Médem me había jodido la vida, y no exageraba ni un ápice. El tener la oportunidad de dejarme llevar, aunque fuera de vez en cuando, con sus películas era una de las razones por las que no pegarse un tiro. Es verdad que ahora me dejo llevar, en general, y quizá por eso no lo necesito tanto, pero durante una época de mi vida, el cine era el único sitio donde me permitía volar. Y Médem era muy importante para eso.
A lo que vamos. Fui a ver Caótica Ana. Pues eso. Lo onírico de Médem (lo que todo el mundo aprecia) no es que Médem cuente sueños, es que los sueños se mezclen con lo real. De eso nada. Es una especie de mezcla de historia de detectives, de película oniroide, de realidad y ficción y fantasía... que se queda en eso, en un caos. Es todo un quiero y no puedo. No se sabe qué era, pero no consiguió lo que pretendía. Si se hace algo con sentido, debe tenerlo. Si no, no. Y en medio la guerra de Irak, el conflicto Saharahui... que no digo yo que no sean motivos/argumentos para hacer una película, pero, por favor, con algo de sentido. Lo mejor es el personaje de Bebe, con diferencia, que se dedica a hacer de ella misma, pero parece sacada de una película de Almodóvar. Nada se entiende, sobran la mitad de las imágenes, la mitad de los personajes, los diálogos son de baba (Médem nunca los hizo especialmente buenos, pero como lo que importaba no era eso...). Que me encantó, vamos.
Luego me dio por pensar que, lo mismo, con mi aburguesamiento, me había dejado de gustar el cine raro. Quiero comprar el fotogramas para leer lo mal que voy últimamente en el terreno intelectualoide. Pero creo que no es así. Me di cuenta de que yo, lo que quería en realidad, era que Medem hubiera hecho la segunda parte de Vacas (que es mi preferida) o de La ardilla roja. A partir de ahí, la cosa empezó a fluctuar.
Para resarcirme, salí de todo el universo medemiano, y ayer me tragué el montaje del director de Alien, el octavo pasajero (podría hablar aquí de como Ridley Scott es capaz de lo mejor y lo peor, pero bueno...). Unos amigos míos se cabrearon mucho cuando no fui a ver a otra amiga, recien parida, y me quedé viendo la película. Yo creo que es prácticamente ver lo mismo que un parto. Se trata de que hay un parásito que se ha aprovechado de un ser humano, sale al exterior dejando al ser humano hecho polvo, y luego, a medida que se va desarrollando, va dando mucho por culo. Si le quitamos el componente afectivo, y somos capaces de reconocer que todos hemos sido (y alguno sigue siendo) un parásito, la analogía es prácticamente perfecta. Pero es como cuando hablo de comprar niñas chinas. A todos los padres o los que aspiran a serlo se les comen los demonios, y comienzan a sacar las cosas de quicio. Y es que hay cosas para los que la gente no tiene sentido del humor. Claro que ellos piensan que el problema es mío...
En fin, que ya llegó por fin el disco nuevo de los planetas, que me encanta, y el de Iván Ferreiro, que también, aunque dura menos todavía que el primero, lo que ya era difícil. De ellos hablaré otro día. Ahora me voy a hacer la compra.
Me explico. Lo que a mi me gustaba de Médem, lo que me hacía llegar al éxtasis con el cine de Médem (y lo digo totalmente en serio) era esa especie de inmersión en lo etéreo, en lo no real, al que se llegaba desde lo terreno, la afectividad en susurros, la corporalidad dentro de lo poético... Todas esas cosas que han ido disminuyendo en intensidad en su cine hasta casi desaparecer en esta última. Decía el otro día que la bajada a lo terrenal de Médem me había jodido la vida, y no exageraba ni un ápice. El tener la oportunidad de dejarme llevar, aunque fuera de vez en cuando, con sus películas era una de las razones por las que no pegarse un tiro. Es verdad que ahora me dejo llevar, en general, y quizá por eso no lo necesito tanto, pero durante una época de mi vida, el cine era el único sitio donde me permitía volar. Y Médem era muy importante para eso.
A lo que vamos. Fui a ver Caótica Ana. Pues eso. Lo onírico de Médem (lo que todo el mundo aprecia) no es que Médem cuente sueños, es que los sueños se mezclen con lo real. De eso nada. Es una especie de mezcla de historia de detectives, de película oniroide, de realidad y ficción y fantasía... que se queda en eso, en un caos. Es todo un quiero y no puedo. No se sabe qué era, pero no consiguió lo que pretendía. Si se hace algo con sentido, debe tenerlo. Si no, no. Y en medio la guerra de Irak, el conflicto Saharahui... que no digo yo que no sean motivos/argumentos para hacer una película, pero, por favor, con algo de sentido. Lo mejor es el personaje de Bebe, con diferencia, que se dedica a hacer de ella misma, pero parece sacada de una película de Almodóvar. Nada se entiende, sobran la mitad de las imágenes, la mitad de los personajes, los diálogos son de baba (Médem nunca los hizo especialmente buenos, pero como lo que importaba no era eso...). Que me encantó, vamos.
Luego me dio por pensar que, lo mismo, con mi aburguesamiento, me había dejado de gustar el cine raro. Quiero comprar el fotogramas para leer lo mal que voy últimamente en el terreno intelectualoide. Pero creo que no es así. Me di cuenta de que yo, lo que quería en realidad, era que Medem hubiera hecho la segunda parte de Vacas (que es mi preferida) o de La ardilla roja. A partir de ahí, la cosa empezó a fluctuar.
Para resarcirme, salí de todo el universo medemiano, y ayer me tragué el montaje del director de Alien, el octavo pasajero (podría hablar aquí de como Ridley Scott es capaz de lo mejor y lo peor, pero bueno...). Unos amigos míos se cabrearon mucho cuando no fui a ver a otra amiga, recien parida, y me quedé viendo la película. Yo creo que es prácticamente ver lo mismo que un parto. Se trata de que hay un parásito que se ha aprovechado de un ser humano, sale al exterior dejando al ser humano hecho polvo, y luego, a medida que se va desarrollando, va dando mucho por culo. Si le quitamos el componente afectivo, y somos capaces de reconocer que todos hemos sido (y alguno sigue siendo) un parásito, la analogía es prácticamente perfecta. Pero es como cuando hablo de comprar niñas chinas. A todos los padres o los que aspiran a serlo se les comen los demonios, y comienzan a sacar las cosas de quicio. Y es que hay cosas para los que la gente no tiene sentido del humor. Claro que ellos piensan que el problema es mío...
En fin, que ya llegó por fin el disco nuevo de los planetas, que me encanta, y el de Iván Ferreiro, que también, aunque dura menos todavía que el primero, lo que ya era difícil. De ellos hablaré otro día. Ahora me voy a hacer la compra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario