miércoles, 8 de septiembre de 2010

MGPIP (V)

To drink or not to drink.


Kronborg Slot.

Dinamarca es un gran país. No solo tiene ladrillo rojo cuando en España estamos en crisis, ni millones de puestos de perritos calientes y hamburguesas y pizzas, ni publicidad monumental engañosa, no. También tiene otras dos cosas que lo hacen más grande aún.
La primera es la diversidad cultural igualitaria, cosa que demuestra el hecho de que el desayuno, en un barrio plagado de inmigrantes africanos, te lo sirve una empleada inglesa que debiera haber estado viajando con el Imserso de Inglaterra y que sin embargo estaba ahorrando para venirse como una señora inglesa a Torremolinos, localidad costera que, no me pregunten por qué, le encanta.
La segunda, y realmente la más importante, es que es el único país escandinavo donde se puede beber cerveza sin que te pidan un riñón a cambio, lo que ya nos había demostrado la playa copenhaguense el día anterior, y nos volvería a demostrar nuestra estancia en Helsingor el mismo día que partíamos para Oslo.


Helsingor.

Helsingor o Elsinor es una pequeña localidad cuya vida gira en torno a un castillo, el impresionante Kronborg Slot, que servía no sólo para la defensa en el estrecho que más acercaba el país a su enemigo sueco, también sirvió para ambientar una de las mayores tragedias de la literatura inglesa, la del príncipe edípico que oficialmente venga la muerte de su padre.


Camino de Kronborg Slot.

Y como gira en torno a él toda la ciudad tiene un aspecto medievalesco muy bien conservado cara a conservar el estatus de Patrimonio de la Humanidad de la fortaleza (y no lo que va a pasar en Sevilla cuando construyan la torre esa de Cajasol... que ya se lo han dicho a Monteserrín pero a él se la suda).

Estación de trenes de Helsingor.

Por ello incluso la estación de tren resulta impresionante, tanto por fuera (ladrillo rojo, no obstante) como por dentro, pero no solo ella. Todo el pueblo tiene encanto y mucha gente en verano, aunque sea día de diario y aunque oficialmente no haya fiesta.


Interior de la estación de trenes.

Kronborg Slot, apartado de donde se situaba originariamente la villa, domina con su presencia todas las riberas de la ciudad, pero ni aun así se consigue vislumbrar la belleza del imponente castillo hasta que se han cruzado sus verdaderas puertas y se han visto sus cañones apuntando hacia Helsinborg, su casi homónimo sueco que, aun hoy, parece continuar amenazando.



Interior del Castillo.

Tras haber sido transportados a la Edad Media y una vez ya de regreso a los horarios de trenes, la mejor manera de pasar un día con sol en Helsingor es bebiendo cerveza en una de sus animadas plazas, picando comida rápida e intentando solucionar los dilemas científicos que intentan explicarlo todo por la química.


¿Quieren una bici?

Las maletas estaban a buen recaudo en el hotel y allí seguían cuando volvíamos, con el tiempo justo para volver a volver a la estación de trenes y comprobar por qué un tren que duraba ocho horas salía de Copenhague a las nueve de la noche y llegaba a Oslo a las ocho de la mañana.


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