Eso también. Todo empezó cuando cumplí los treinta. Ya sabía yo que no podían traer nada bueno. En un principio, para que me confiara, todo parecía ir bien. Claro que cuando te pasas dos meses y medio conservado en alcohol el sentido de la realidad queda bastante difuminado por los efluvios enólicos como para darse cuenta de que tu cuerpo ya no te responde tan bien como para hacer eso de forma tan continuada. La falsa fiesta siguió hasta que me partí la boca y fui recogido como un mendigo borrachuzo por un basurero, cosa de la que siempre culparé al cannabis y que ha conseguido que lo vuelva a aborrecer (y van...).
Como siempre que me ocurren estas cosas, que no se crea nadie que es la primera vez, arrié las velas para sumergirme en un periodo de recogimiento y meditación únicamente interrumpidos por algún que otro socorrido escarceo. Coincidiendo con uno de ellos y con la llegada de mi madre, hizo acto de presencia una erupción en mi piel que, en vez de como las personas normales que van al dermatólogo, me quise curar yo mismo logrando tres cosas, en orden:
1) engordar y no parar de dormir con los antihistamínicos.
2) intoxicarme con dosis casi mortales de antibióticos.
3) tener que terminar tomando corticoides durante un mes con todos los problemas que ello me conlleva siempre (empezando porque me convierto en un sucedáneo de zeppelin y terminando porque mi líbido emigra a Cuenca por tiempo indeterminado).
Entre la visita de mi madre, las alteraciones hormonales debidas a la dexametasona, y todo lo que hay que trabajar antes de irse de vacaciones, los meses de abril y mayo se convirtieron en un infierno que sólo fue interrumpido por ese breve periodo de tiempo preestival donde me dediqué a recorrerme los nortes de España y Portugal con más ganas que pericia y que tuvieron diario en estas páginas.
Tras volver de las mismas, y volviendo al trabajo y al calor de julio, mi ánimo se ensombreció y comencé a no tener ganas na más que de morirme, que diría la otra, con lo que como además no tenía ningunita líbido, me recluí en casa durante el verano para no salir nada más que a emborracharme una vez por semana. Como el único órgano de mi cuerpo que presentaba algún tipo de actividad era el estómago, aproveché para engordar todo lo perdido en los últimos años (o casi), y sólo cuando comencé a tener que pensar en sacar las XXL de donde las tengo escondidas comencé a tomar medidas desesperadas.
Evidentemente, como la voluntad era ninguna fui al remedio donde vamos todos a los que nos falta la voluntad: la química. Comencé con unas pastillas que valen para dejar de fumar y que consiguieron quitarme el hambre, las ganas de fumar y darme una actividad inusitada.... pero que no pegara ojo durante un mes. Cuando por fin me decidí a dejarlas, comencé un nuevo tratamiento, con idea también de controlar el apetito, pero me olvidé del método más eficaz que, sin embargo, mi inconsciente me recordó el pasado sábado, cuando me tomé un vaso de zumo de naranja sospechoso, y que me temo fue el responsable de que me levantara el domingo con diarrea, vomitando, sin ganas de comer, de fumar, de beber ni de vivir.
Ahora ya estoy un poco más repuesto, todo hay que decirlo, pero me temo que no será lo último, porque las desgracias nunca vienen solas, y porque el año todavía está por terminar. La líbido me ha vuelto, pero tengo miedo de que la gonorrea será el menor de los males a los que me puedo tener que enfrentar, y sólo me queda desear que no me visite Mati, conocida por todos, también llamada "mi hemorroide", que lleva un tiempo calmadita, pero dando demasiadas señales de vida... En fin, ya me he quejado. A ver si sirve de algo.
Como siempre que me ocurren estas cosas, que no se crea nadie que es la primera vez, arrié las velas para sumergirme en un periodo de recogimiento y meditación únicamente interrumpidos por algún que otro socorrido escarceo. Coincidiendo con uno de ellos y con la llegada de mi madre, hizo acto de presencia una erupción en mi piel que, en vez de como las personas normales que van al dermatólogo, me quise curar yo mismo logrando tres cosas, en orden:
1) engordar y no parar de dormir con los antihistamínicos.
2) intoxicarme con dosis casi mortales de antibióticos.
3) tener que terminar tomando corticoides durante un mes con todos los problemas que ello me conlleva siempre (empezando porque me convierto en un sucedáneo de zeppelin y terminando porque mi líbido emigra a Cuenca por tiempo indeterminado).
Entre la visita de mi madre, las alteraciones hormonales debidas a la dexametasona, y todo lo que hay que trabajar antes de irse de vacaciones, los meses de abril y mayo se convirtieron en un infierno que sólo fue interrumpido por ese breve periodo de tiempo preestival donde me dediqué a recorrerme los nortes de España y Portugal con más ganas que pericia y que tuvieron diario en estas páginas.
Tras volver de las mismas, y volviendo al trabajo y al calor de julio, mi ánimo se ensombreció y comencé a no tener ganas na más que de morirme, que diría la otra, con lo que como además no tenía ningunita líbido, me recluí en casa durante el verano para no salir nada más que a emborracharme una vez por semana. Como el único órgano de mi cuerpo que presentaba algún tipo de actividad era el estómago, aproveché para engordar todo lo perdido en los últimos años (o casi), y sólo cuando comencé a tener que pensar en sacar las XXL de donde las tengo escondidas comencé a tomar medidas desesperadas.
Evidentemente, como la voluntad era ninguna fui al remedio donde vamos todos a los que nos falta la voluntad: la química. Comencé con unas pastillas que valen para dejar de fumar y que consiguieron quitarme el hambre, las ganas de fumar y darme una actividad inusitada.... pero que no pegara ojo durante un mes. Cuando por fin me decidí a dejarlas, comencé un nuevo tratamiento, con idea también de controlar el apetito, pero me olvidé del método más eficaz que, sin embargo, mi inconsciente me recordó el pasado sábado, cuando me tomé un vaso de zumo de naranja sospechoso, y que me temo fue el responsable de que me levantara el domingo con diarrea, vomitando, sin ganas de comer, de fumar, de beber ni de vivir.
Ahora ya estoy un poco más repuesto, todo hay que decirlo, pero me temo que no será lo último, porque las desgracias nunca vienen solas, y porque el año todavía está por terminar. La líbido me ha vuelto, pero tengo miedo de que la gonorrea será el menor de los males a los que me puedo tener que enfrentar, y sólo me queda desear que no me visite Mati, conocida por todos, también llamada "mi hemorroide", que lleva un tiempo calmadita, pero dando demasiadas señales de vida... En fin, ya me he quejado. A ver si sirve de algo.
5 comentarios:
Quéjese, compañero, que la escritura puede servir como exorcismo; que se lo pregunten a Grant Morrison.
Me tendré que quejar, al fin y al cabo vivo de ello.
Don't give up, 'cos you have friends
y además ya llega el womad
Como bien dices por ahi: "Sonría, mañana puede ser peor".
por lo menos te ha vuelto la líbido, todo lo demás son males menores jeje.
Juanvi, cari. el womad me pilla por tu tierra... y a los amigos tampoco es que les vaya mucho mejor que a mi, qué te voy a contar a ti.
Anónimo, querido... no se yo si lo de la líbido es bueno. Pero efectivamente, podría ser peor, y mucho...
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