Lema del día: Una guillotina es poca.
Corren tiempos de guerra en Europa. De guerra contra el, mal llamado, estado de bienestar y, sobre todo, de guerra del hombre contra el hombre, pero de forma distinta al resto de guerras.
Aquí no vienen a pelearse Estados por intereses económicos, políticos o por pura vanidad, aquí los Estados se unen y le declaran la guerra al hombre, a ese ser que como ciudadano es el mismo que da al Estado el derecho a llamarse como tal, pretendiendo reducir sus derechos (perdón por la redundancia), aumentar sus obligaciones y eliminarlo como persona autónoma e independiente.
Se crean grupos, se organizan, se pervierten respecto a su idea original (ahí tenemos los esperpentos alcanzados por los que dicen ser representantes del movimiento 15M, sin ir más lejos) y se lanzan los unos contra los otros, como grupos unitarios anulando la personalidad de los individuos que los componen, porque mientras ellos se pelean, el Estado sale ganando.
Ayer ocurrió con los sindicatos, hoy también con todos nosotros.
En Valencia estudiantes salen a solicitar calefacción en un centro público de Educación, cuatro vándalos hacen de las suyas, y la policía, como entidad, los agrede indiscriminadamente como parte del grupo al que, quizá, los agredidos nunca quisieron pertenecer.
Se aliena a la persona y se ensalza la pertenencia. Se reduce al mínimo la crítica y se expulsa al que la practica. Se quita la voz al pueblo para dársela a las Instituciones que dicen representarlas. Se nos deja sin derechos y todavía hay gente que se plantea si podemos (o si debemos) luchar por ellos, los mismos, por cierto, que se han autoproclamado líderes de todo un grupo en el que nadie nos ha preguntado si queremos estar.
Nos desunen, nos dejamos engañar y ellos salen ganando. Los de siempre, porque el Estado, esa comunidad dirigida de individuos, ha dejado hace mucho de serlo para convertirse en un ente cuasi fanstasmagórico al servicio de intereses nunca demasiado transparentes.
Y el ciudadano deposita el voto en la urna legitimando sus actos o, lo que es peor, no lo deposita como supuesta forma de protesta que a lo único que lleva es a que los de siempre sigan con el poder y, encima, se crean con derecho a él.
La historia del hombre contra el hombre nació con el género homo. Se suponía que la civilización traería la paz y la concordia. No ha sido así. Ha traído falsa placidez y, sobre todo, mucho individuo pusilánime que se queda en casa en espera de una resolución falsa a su problemática por parte del mismo Estado que anula sus derechos, pero incluso así, forman un grupo contra los que hemos de estar los que sí creemos que se puede hacer algo.
Me hierve la sangre, a mi y a unos cuantos más, por la pura zoquetería de los que se han creído que los enemigos somos sus propios congéneres, aceptando como buenas las premisas que se les venden desde el perverso Cuarto Poder, haciendo que eso de lo que tanto alardea el ser humano, como hecho diferenciador respecto a los animales inferiores, la capacidad de pensar y el libre albedrío, quede reducido a la más absoluta nada.
El hombre está indefenso ante su propia estupidez, cuando podría darse cuenta del poder que le otorga su mente.
Y animales supuestamente inferiores, con muchos menos miles de millones de células que cualquiera de nosotros, son los únicos que resultan realmente molestos incluso sin pensarlo.
Sin ir más lejos, anoche me acribillo un mosquito. Y para ello sólo tiene el aguijón.