Siempre me gustó estar en la oposición. Uno tuvo desde pequeñito conciencia de estar en contra, y fue lo suficientemente hábil como para acabar haciendo lo que le dio la gana en la mayoría de las ocasiones (y consiguiendo que se impusieran muchas de las cosas que proponía) desde el sano marco de la sombra.
Pero por motivos ajenos, ante todo a la hora de aceptar la posibilidad, cosa que dependió más del equipo con el que trabajo que de mis propias aspiraciones, limitadas como ya he dicho a mandar sin que se note que siempre fue mucho más cómodo, ahora me han dado un cargo, concretamente de coordinador. En realidad lo acepté porque mi jefe expuso sus múltiples reticencias inciales, cosa que en mi sólo logró que quisiera el cargo con toda mi alma, aunque sólo fuera para renunciar a él.
El hecho es que esos supuestos cargos, en todos los sistemas públicos, son una especie de invento para diluir el poder y la responsabilidad, y por tanto crear tanta confusión y tantas negociaciones sin salida que al final los que decidan sean los de siempre, en el caso de las administraciones sanitarias (y en todo el resto de administraciones públicas) los políticos, como es de sentido común.
Pero hay un problema, y es que yo no creo en los cargos negociadores ni en la democratización del poder... en momentos determinados ni siquiera en el diálogo, ante todo cuando por mucho diálogo la hostia al final me la voy a llevar yo. Con lo que en mi primer mes con cargo he decidido que diga lo que diga el cargo, yo no coordino, yo soy jefe: decido cosas y asumo los marrones, que es lo que un jefe tiene que hacer.
Claro que mis dificultades vienen de que, a pesar de no tener problema en posicionarme, me gusta llevarme bien con los compañeros de trabajo y eso va a ser poco probable. Sobre todo cuando ya en la reunión de mañana voy a hacer tres o cuatro cambios que hay determinada gente a la que no van a gustar (porque eso de obligarles a cumplir el horario laboral para algunos es mucho), y ya estoy adelantándome y con la angustia encima.
Explico todas estas cosas para hacer balance y dar explicaciones de mi retiro último del blog, ya que mis propias rumiaciones poco tiempo me dejan para hablar de nada que no sea de cuadrantes, y para justificar mis inminentes (sólo dos días gracias al cielo) vacaciones de verdad.
Quince días para recorrer mundo (en realidad no tanto, pero vamos) y sin trabajar ni problemas ni cuadrantes ni jefaturas... sólo monumentos y cerveza y vino y croissants...
Que el viernes me voy a Barcelona para enlazar el sábado a Paris, vuelvo a Barcelona unos días y termino periplo en Madrid, de donde me tengo que volver antes de tiempo porque tengo un juicio antes de acabar las vacaciones... pensemos en el Sena, mejor...
Pero por motivos ajenos, ante todo a la hora de aceptar la posibilidad, cosa que dependió más del equipo con el que trabajo que de mis propias aspiraciones, limitadas como ya he dicho a mandar sin que se note que siempre fue mucho más cómodo, ahora me han dado un cargo, concretamente de coordinador. En realidad lo acepté porque mi jefe expuso sus múltiples reticencias inciales, cosa que en mi sólo logró que quisiera el cargo con toda mi alma, aunque sólo fuera para renunciar a él.
El hecho es que esos supuestos cargos, en todos los sistemas públicos, son una especie de invento para diluir el poder y la responsabilidad, y por tanto crear tanta confusión y tantas negociaciones sin salida que al final los que decidan sean los de siempre, en el caso de las administraciones sanitarias (y en todo el resto de administraciones públicas) los políticos, como es de sentido común.
Pero hay un problema, y es que yo no creo en los cargos negociadores ni en la democratización del poder... en momentos determinados ni siquiera en el diálogo, ante todo cuando por mucho diálogo la hostia al final me la voy a llevar yo. Con lo que en mi primer mes con cargo he decidido que diga lo que diga el cargo, yo no coordino, yo soy jefe: decido cosas y asumo los marrones, que es lo que un jefe tiene que hacer.
Claro que mis dificultades vienen de que, a pesar de no tener problema en posicionarme, me gusta llevarme bien con los compañeros de trabajo y eso va a ser poco probable. Sobre todo cuando ya en la reunión de mañana voy a hacer tres o cuatro cambios que hay determinada gente a la que no van a gustar (porque eso de obligarles a cumplir el horario laboral para algunos es mucho), y ya estoy adelantándome y con la angustia encima.
Explico todas estas cosas para hacer balance y dar explicaciones de mi retiro último del blog, ya que mis propias rumiaciones poco tiempo me dejan para hablar de nada que no sea de cuadrantes, y para justificar mis inminentes (sólo dos días gracias al cielo) vacaciones de verdad.
Quince días para recorrer mundo (en realidad no tanto, pero vamos) y sin trabajar ni problemas ni cuadrantes ni jefaturas... sólo monumentos y cerveza y vino y croissants...
Que el viernes me voy a Barcelona para enlazar el sábado a Paris, vuelvo a Barcelona unos días y termino periplo en Madrid, de donde me tengo que volver antes de tiempo porque tengo un juicio antes de acabar las vacaciones... pensemos en el Sena, mejor...